Escrito y dirigido por Juan López Docón va : Sobre la historia de Hellín a través de recortes de prensa,entrevistas, charlas con los ancianos,reportajes de vídeos y fotografías, historias de los echos que pasaron, sus calles, atra vez de libros de hellin y muchísimo más.
miércoles, 5 de octubre de 2022
La subida al calvario. Juan López Docón
Una pequeña historia sin importancia
Una pequeña historia sin inportancia
La religión y la verdad son los fundamentos firmes y estables, y solamente feliz aquel príncipe a quien la viva luz de la naturaleza, con una prudencia cándidamente recatada, enseña el arte de reinar.
(SAAVEDRA FAJARDO: Política y razón de Estado.)
No hay en los Estados más honra que la conveniencia y el poder, pues en no haciéndose temer. no hay quien los estime.
(J. A. DE LENCINA: Comentarios políticos.)
Una pequeña historia sin importancia
Por Ignacio RIVED
A vosotros, hombres de nuestro siglo, que todo lo compráis y todo lo vendéis, y a vosotros, cínicos que creeis enterrado el amor y la poesía porque nacisteis ya demasiado secos para entender el uno ni sentir la otra, voy a contaros una pequeña historia. Muy pequeña porque apenas si transcurre en una hora, pero muy grande si sabéis leer en ella lo que mi mano no sepa expresar como debiera.
Sucedió así:
El volvía a casa aquella noche andando a vivas zancadas para espantar el frío que se le pegaba a los pies desde el asfalto húmedo. Era una noche de febrero. Y el hombre, ni joven ni viejo, en esa edad en que se empieza a comprenderlo todo sin perdonarlo aún, regresaba de la redacción de un periódico. Iba allí de vez en cuando a entregar un trabajo: artículos que cobraba a duras penas y de los que esperaba, con el tiempo, obtener alguna colaboración fija.
Porque el hombre de mi cuento
En todo esto iba pensando nuestro hombre mientras regresaba a casa. En todo esto y en lo poco agradable que era tener que acostarse sin cenar. Porque no iba a cenar, realmente: al trozo de merluza fría que entre dos rebanadas de pan se ocultaba en el bolsillo de su gabardina no podía llamársele cena. Y aparte de esto, todo su capital en el mundo eran un par de pesetas arrugadas y unas cuantas monedas en calderilla... Hasta que un editor "arruinado" --que aquella misma tarde, cuando fué a verle, fumaba cigarrillo tras cigarrillo rubio-se decidiese a pagarle lo que le debía.
Es cierto que podía tomar un café. Un café después de la merluza. Pero eligiendo bien el sitio y contando antes la calderilla, no fuese que no alcanzara...
Así llegó a casa. Metió la llave en la cerradura y subió lentamente los dos tramos de escalones. Hasta su estudio. Porque nuestro hombre tenía un estudio. En aquellos momentos iba pensando que casi era lo único que tenía. Una habitación ni muy grande ni muy pequeña; con algunos dibujos, colgados por las paredes, un montón de libros apilados en un ángulo, una cama, una mesa llena de papeles, una maceta de jeranios en el balcón .. Un estudio, en fin: ya sabéis lo que es.
Nuestro hombre se disponía a comerse la merluza, a fumar un cigarrillo hecho de briznas de colillas y a meterse en la cama. Empujó la puerta. Y en seguida vió que había estado ella .
Ella era una muchacha rubia, casi una niña aún, con el frescor de la primavera en las mejillas sonrosadas y el candor primitivo de los seres que ano no se han dado cuenta-para su fortuna-, de lo que es la Humanidad.
Era una mujer, pero lo mismo hubiera podido ser una flor, una brisa, o el trino de un pájaro en el bosque.
¿Por qué quería a nuestro hombre? ¿Por qué venía a verle a diario, exponiéndose a todas las maledicencias y a todas las murmuraciones? Quizás porque él tampoco era un ser civilizado. El había pasado ya del mundo. Ella no había llegado aún. Los dos estaban fuera del tiempo, tal y como lo miden los calendarios. Flotaban en el éter. El éter era "su" estudio.
Pues sí, nuestro hombre vió en seguida que ella había estado. Al principio en una presencia impalpable, que sólo las almas de la Naturaleza dejan. Luego, en una botella de leche, otra de café y otra de alcohol para el infiernillo renegrido que había encima de la mesa. Contempló un instante las tres botellas como se contempla el nacimiento de la hierba en primavera. Luego, guiado por el instinto de la costumbre, se dirigió hacia la cama. Debajo de la almohada había un papel doblado. Decía el papel: " ¡ Cómo siento no poder esperarte hasta que regreses a casa esta noche. Me gustaría hacerte componía. Pero se hace tarde y he de irme. Aquí mi alma, sin embargo, contigo. Algo más tranquila que yo misma, seguramente Duerme bien, corazón."
¡ Algo más tranquila que ella misma! Nunca ha sido tranquilo el viento, ni los pájaros que alborotan en el cielo, ni la espuma que riza la cresta de las olas... Pero ¡qué hermosos son!
Nuestro hombre retuvo en sus manos el papel y lo estuvo contemplando, unos instantes. ¿Vosotros creéis que los ojos de un hombre son menos viriles cuando se empañan? Yo creo que no. Mientras el café se calentaba en el infiernillo, se acercó al balcón y abrió las maderas. A través de los cristales empañados se veían las estrellas purísimas, como diamantes fríos y remotos.
Los ojos del hombre fueron de las estrellas a la llama del alcohol, cálida y retozona. Y le pareció ver en ambas el símbolo de la mujer. De las mujeres, mejores que los hombres, incluso en nuestra época. A veces nos abrasan como la llama, a veces nos ayudan a mirar hacia arriba, como los diamantes del cielo . Y ella era todas las mujeres en una sola.
Si no os dais cuenta de lo que sentía el hombre de mi historia mientras, en pie junto a la ventana, dejaba vagar la vista del infiernillo al cielo, no vale la pena que os lo explique yo tampoco.
Solo os diré que aquel hombre que no tenía nada, comprendió de pronto que tenía mucho más de lo que ninguna riqueza pudiera comprarle. Y dió gracias al cielo.
Se comió la merluza sin que le pareciese fría y el café con leche le supo a néctar de los dioses. No quiso apagar la llama del infiernillo . Dejó que se fuese consumiendo lentamente, muy lentamente, hasta que se acabó el alcohol. Después, con el cigarrillo en los labios, contempló durante un rato el cielo de febrero a través de los cristales empañados. Cuando se durmió con las doce campanadas de la torre vecina, su alma estaba limpia como la de un niño y poderosa como la de un rey: una mujer había venido a traerle café (¡qué poco!, ¿verdad?) y él tenía ojos para comprender la belleza de la llama y de las estrellas.
* * *
Eso es todo.
Ya os dije que era una historia sin importancia. Y ocurrió además hace mucho tiempo. Cuando el hombre era joven todavía.
Ante el Cristo Yascete de Víctor de los Ríos. . .Juan López Docón
el Cristo yascete de Víctor de los Rios (Fotografías archivo del autor ).
Ante el Cristo yacente de Víctor de los Ríos
Realmente, el más tremendo instante de la Pasión es atrayente para el arte por su hondo sentido humano, en que Dios ha llegado al límite máximo de ser Hombre para mostrarse de nuevo y para siempre como Divinidad. Jesús, el ser humano, ha alcanzado el final de su sacrificio redentor. Su cuerpo transitorio ha agotado todas sus resistencias materiales y ha venido a ser un cadáver como cualquiera de los pecadores que le rodean, pero martirizado por la salvación de éstos; de ese cadáver humano y perecedero, ya cumplida la misión terrestre como hombre, se alzará sobre las almas, arrepentidos y esperanzadas, el integro y radiante Dios Todopoderoso de la Resurrección...
Era preciso en la figura de Cristo yacente captar estéticamente ese difícil momento en que sobre el Hombre muerto con todo el dolor humano, para lo humano redimir, pesa la afrenta del patíbulo, para que, junto al máximo sufrimiento físico, se uniera la máxima humillación moral en una misma injusticia, y, a la vez, mostrar en su serenidad deífica Ia presencia próxima y latente de Dios, redentor de sus criaturas.
Dejando de un lado toda comparación odiosa en arte, aunque el de Víctor de los Ríos-tan entrañablemente español por su convivencia de lo culto y lo popular- resiste todas, hasta el enfrentarlo con los más grandes imagineros del Siglo de Oro, cuyo espíritu ha encarnado en él para mayor gloria de Dios, hay un aspecto trascendental en su nuevo Cristo yacente, que quiero subrayar como originalísimo en estas cuartillas.
Hasta ahora, descontando escasísimos ejemplos donde se ha procurado la emoción dramática, con un fino ser sentido de lo popular en los Cristos yacentes contorsionados caprichosamente o ensangrentados de modo, espectacular hemos carecido de una imagen del momento final de la Pasión de Cristo, como hombre, que tuviera un profundo y trágico realismo, limitado a la más lograda evocación cadavérica.
La mayoría de los Cristos yacentes aparecen muertos con una flexible irrealidad. Sus cadáveres, con una sensación de muerte natural, más con demacración de fiebre que de martirio, alejando idea de la tensión horrenda de la última escena de la Pasión que tan en nuestros corazones y en nuestras almas debemos tener.
Víctor de los Ríos ha superado plenamente este aspecto de Cristo yacente, consiguiendo tras lento estudio cuidadosamente, con su originalidad y su alto espíritu religioso, tan puro como el de un Murillo o un Martínez Montañés, el único cadáver del Hombre en que encarnó Dios tal como debió de ser.
Evoquemos dolorosamente el inolvidable crimen del Gólgota, en que para mayor dolor la injusticia de las leyes humanas triunfó.
Cuando las tres Marías, San Juan, el discípulo amado, Nicodemus y José de Arimatea se llegan a la Cruz-símbolo de ignominia que se transforma por el Redentor en signo de salvación-se hallar pendientes de ella el cuerpo humano, en que ha encarnado el Salvador, colgantemente desgarrado, frío, anquilosadas las contracciones de los músculos y de las articulaciones, en los terribles dolores últimos, con distensiones que perforan el humano Cuerpo Divino.
María, que, como Madre del Hombre y de lo hombres, ha sufrido, en sus siete e incontables dolores, el martirio y la muerte afrentosa de su Hijo, recibe, en sus brazos, cuando terminada la injusta y nefanda ejecución, se alejan los verdugos no ese cadáver suave y blanco, estrictamente armonizado en sus formas expresivas que, como es natural, ha aceptado el arte, sino el cuerpo yerto, con las distensiones envaradas del martirio, los hombros desencajados, las piernas contraídas, las manos y los pies magullados, con la hinchazón producida por los bárbaros golpes de Ia Crucificación ; el rostro y Ia carne toda violáceos, cárdenos, helados tras la agonía... Esta es la gran conquista artística y humana de Víctor de los Ríos en su Cristo yacente del Paso de Ia Virgen de las Angustias de Hellín.
Así, así. Así está el Cristo yacente de Víctor de los Ríos. Reflejando ese tremendo dolor humano. Pero dejando también latente otro más cruel aún : el de su Divina Madre que se presiente.
Ese cadáver descolgado de la Cruz, que es cl Cristo yacente, de Víctor de los Ríos, parece que tiene las huellas de sus manos, que han pro curado embellecerlo con maternal amor.
El triste y martirizado cuerpo descolgado de la Cruz no debe presentar las huellas a afrentosas del patíbulo. María y sus acompañantes procuran colocar los brazos a lo largo del cuerpo, estirar las piernas encogidas, separar los pies clavados a la vez, elevar el torso hundido, colocándolo sobre cualquier túnica doblada, cerrando en lo posible los ojos que, bendiciendo a sus asesinos, nubló la agonía. Pero quedan las huellas imborrables: los hombros desencajados, las manos martirizadas, las piernas con los tendones contraídos, las heridas sangrantes, ya secas... María, la dolorosa Madre, y quienes descuelgan a Cristo de la Cruz, han tratado de borrar las señales del infamante patíbulo en aquel cadáver que se alzara de modo sobrenatural proclamando, precisamente en esta Cruz, la única verdad eterna.
Y ese es el momento elegido por Víctor de los Ríos para crear su Cristo yacente, el que ningún escultor hasta ahora había percibido en toda su integridad. He aquí el verdadero Cristo yacente en que el Hombre ha muerto hasta lo máximo y el Dios se anuncia, salvadoramente inmutable, por los siglos de los siglos.
La Feria de Hellin de 1896 Jose Martínez Olivares. ................. Juan López Docón
Memorias de la tía anica de Alejandro Tomás Ibáñez ,publicado por la diputación de albacete.. Juan López Docón
Portada del libro MEMORIAS DE LA TIA del escritor hellinero Alejandro Tomás Ibáñez ( fotografía del archivo del autor.
Mirando en mi archivo, encontré un libro de Alejandro Tomás Ibáñez hellinero que le gustaba escribir Memorias de la tía anica es el libro.La diputación de albacete publicó el libro de nuestro paisano el hellinero Alejandro Tomás Ibáñez (Atomi). (Atomi) es el seudónimo que utilizaba.
Juan Francisco Fernández Jiménez nos explica un poco libro de Atomi, Memorias de la tía Anica
Sinopsis del libro
Hellín. Por los años de los años, su Semana Santa.
Y la propia historia, que capítulo tras capítulo recopila y acomoda sus fragmentos. Vivencias que hasta ahora han estado modestamente aparcadas en el último rincón de la villa, como si esperasen que alguien las recogiese con el suficiente cuidado y dedicación para publicarlas algún día, incluso para consultarlas algún día.
Hace algún tiempo que “La Tía Anica” (a través de Alejandro Tomás Ibáñez) asumió tan loable misión. Son rastros de ese tiempo pasado, ligado irremediablemente al presente, para que persevere en el futuro. Es puro folclore, al que nada ni nadie podrá negar su autenticidad.
Sentada al calor del candil y del tintero, “La Tía Anica" desmenuza los personajes que escribieron el propio guión. Escarba en su peculiar expresionismo y explota, orgullosa, ése código infalible de comunicación.
Estas “Memorias” pertenecen por igual a Don Cristobal Díaz, a Don Tomás Preciado, a don Francisco Molina, Don Vicente Garaulet, “La Caridaica” y hasta a la piedra más fina de EL RABAL y a todos los que se pasean orgullosos por esta historia, tan real como la veneración que guarda cada hellinero por su semana grande.
El trabajo de Alejandro Tomás es exhaustivo, rico en detalles y absolutamente generoso con el pueblo de Hellín. La Corporación Provincial y su Presidente no han querido quedar al margen de este esfuerzo y de alguna forma han querido participar también en este emotivo homenaje a quienes han escrito, junto a "La Tía Anica”, esta parte importante de su historia.
Mis felicitaciones más sinceras.
JUAN FRANCISCO FERNANDEZ JIMENEZ
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sábado, 1 de octubre de 2022
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