Encontré este escrito en la página online de facebook, en la sección Hellin y su gente .Escrito por José Martínez Olivares
La feria 1896
fotografías, en la primera vemos gente en la calle la Reina, luego se la llamo el arrabal y hoy la conocemos como el Rabal, la segunda imangen se puede ver la noria una atracción de la feria con sus trabajadores y gente (Fotografías archivo del autor del blog).
En el año de 1896, Eugenio ha cumplido diecisiete años y Juana anda por los catorce a punto de cumplir los quince y esperando para servir de moza en una casa de la calle de los Guardas. El padre de Eugenio, Antonio Andreu, le apremiaba para elegir profesión de cara al futuro, ya que al chico no le gustaba la perspectiva de trabajar en la tienda de la calle Soledad, pero como cualquier adolescente, estaba lleno de dudas y había decidido de aplazar hasta que volviese del servicio militar, la actividad a que dedicarse, mientras tanto seguiría en la tienda.
La Engracia había enviudado apenas nacer Juana y malvivían las dos con los trabajos esporádicos de la madre haciendo labores para una costurera de la calle del Cautivo, pues no podía dejar sola a la niña. Cuando Juana tuviese quince años, tenía la promesa de una señora de la calle de Guardias para que trabajase de moza.
El alumbrado público que se inauguró un año antes, cambió por completo a la villa de Hellín y a las costumbres de sus habitantes, sobre todo en invierno, pues al existir menos horas de sol, la gente poca amiga de la oscuridad se recogía en casa dejando las calles solitarias. En esa época, el Sr. Civera, director de la Sociedad Hellinense de Electricidad, era una de las personas más celebradas por todo el pueblo de Hellín.
La madre de Juana, la Engracia, relataba que durante la Feria de 1864 se produjo un gran incendio debido a un accidente provocado por el mozo encargado del alumbrado público de petróleo, y que prendió en varias casetas y que amenazó los comercios y viviendas de la calle de la Reina (el Rabal) Las pérdidas se estimaron en unos 23.000 duros que era una fortuna para la época. A partir de este año pensaba Juana, ya no existiría ese peligro latente.
La verbena de San Rafael había ampliado sus horarios por la iluminación eléctrica y la gente esperaba con ansiedad a la feria de ese año que sería la primera con iluminación pública: por alumbrado eléctrico. La electricidad iba a procurar la instalación de atracciones movidas por electricidad y el alumbrado de casetas.
En aquel entonces la Feria se celebraba en la calle de la Reina y en la Plaza de la Iglesia que siempre le recordaba a Juana a los aviones persiguiendo los mosquitos que las lluvias habían favorecido, y su competencia con vencejos y golondrinas, cuyo gorjeo y cola larga y ahorquillada y sus tonos azulados las distinguía de sus hermanos de orden.
Siempre que pasaba por allí con Eugenio, camino de la Asunción se pasaba por los bajos del café de la Plaza donde se ubicaba el Círculo Liberal, para saludar a Frasquito Andreu el tío de Eugenio, siempre leyendo el Eco Republicano: ¡Ojo con los curas sobrino! Le decía siempre a Eugenio y este le devolvía una sonrisa.
-¡Alumbra Inés! Y usted con sus lecturas no se vaya a devanar los sesos, tío Frasquito- Le respondía Juana soltando una carcajada.
-Vaya repaso nos ha dado Cánovas en las elecciones tío- le dijo Eugenio.
-El turnismo sobrino, el turnismo. Le tocaba ya después del gobierno de Sagasta. Los míos ni aparecen en las listas. ¿Por cierto te has enterado de la gesta de Eloy Gonzalo en el fuerte de Cascorro?-
-Si tío. Pero las guerras coloniales son un precio de sangre y dinero, que está corroyendo a España y empobreciéndola aún más, si es que eso es posible y que ahora intentan paliar con las llamadas corridas patrióticas, ¡Les daba yo patriotismo!-
-Sobrino tú tenías que replantearte lo de ir a Cuba. El rescate es de 1500 pesetas y tu padre las tiene-
-Si pero ya sabe usted lo que pienso. Si no salgo libre de cupo, iré. No quiero tener bajo mi conciencia la muerte de un infeliz-
-Eso te honra sobrino, pero no sé si es buena elección-
-¡Odo! Pues claro que es mala don Frasquito- Dijo Juana
-Dejémoslo. Ya hemos hablado mucho de ese tema y tengo la decisión echada- Añade Eugenio.
-Echada, echada. ¿Y yo qué?-
-Tú a respetar mi decisión Juana- Dice de forma cortante Eugenio
La calle de la Reina lucía como un ascua. Daba gloria verla tan iluminada que permitía reconocer a la gente desde lejos. En un puesto de garrapiñadas vieron a la Pepica comprando una bolsita a su hermano pequeño Sixto-
-¿Las has probado Pepica?-
-Todavía no. Pero toma- le dijo ofreciéndole la bolsa-No se te vaya a quebrar la hiel Rubia-
-¡Odo! Mira quien lo dice: doña catacaldos-
-¡Mira quien baila! ¿A que no te las doy a probar por misquera?-
-No te piques Pepica, no cojas pesambre que es una guasa-
-Por cierto Rubia: con ese traje tan bonico que te has puesto, no vas a dejar a ninguno para las demás-
-A mí, con mi Eugenio me sobra. No necesito llevar a nadie más al retortero-
-Pues con lo emperifollada que vas, más parece lo contrario Rubia-
-Yo no necesito casi nada para estar resultona. No como otras que van de saritas por la vida y son unos estafermos-
-¿No lo dirás por mí?-
-Quien se pica, ajos come Pepica. A disfrutar-
Y se cogió del brazo de Eugenio, pero inmediatamente se zafó al notar el atrevimiento- Vámonos para la Plaza Nueva, a ver qué cosas de montar han traído Eugenio-
Cuatro trastos como siempre. El carrusel de caballitos, los balancines y una mini noria para niños. Nada de atracciones para adultos. Aunque la gente en realidad no tenía un real para gastar y pasaba su tiempo paseando por la calle de la Reina y la Plaza de la Iglesia echando el ojo. Todo el mundo lucía sus mejores hatos, los únicos en realidad. La que el vulgo llamaba “la ropa de los domingos”. Las mujeres adineradas que son las únicas que pueden lucir la última moda, lucen hombros con hombreras, muy abullonados y una cintura estrecha muy pegada al cuerpo favorecidas por los corsés; faldas amplias casi hasta el suelo, dejando ver los zapatos de puntas afiladas. Van tocadas con sombreros amplios y adornados con flores. La mujer elegante que se precie, no pude prescindir de los guantes. -Dicen que la emperatriz de Rusia y la reina Victoria, los llevan hasta para las comidas- Comenta Juana.
Los hombres visten con trajes de tonos oscuros y utilizan sombrero de fieltro. El pueblo viste de una manera más informal: las mujeres con amplias faldas ajustadas a la cintura y chales o mantones de Manila, la mayoría traídos por los que sirvieron en esa colonia y los hombres con blusones manchegos y pantalones de pana negros y calzan alpargatas. Todos van tocados con gorrilla con visera.
El golpe de vista que ofrecía la Plaza de toros era espléndido en ese día ya bien entrado septiembre, tanto por el tiempo todavía caluroso, como por la multitud de espectadores que llenaban las gradas. Mientras empezaba la corrida la gente chismorreaba sobre las personas conocidas, sobre todo de sus vestidos, ya que una corrida de toros en España es una fiesta a la que acude la gente con sus mejores ropas.
Los trajes modernos estaban en minoría y los que los lucían eran generalmente objeto de risas y silbidos. El espectáculo ganaba mucho por ello. Los colores polícromos de las chaquetillas y de las fajas, los chales de las damas, los abanicos multicolores en pleno movimiento a causa del calor reinante, desdecían los tonos oscuros que dominaban en la moda de vestir en España.
Ese día (14 de Septiembre de 1896) Juana pasó uno de los momentos más desagradables de su corta vida: el primer toro que mató el maestro de nombre Regalito despachó en 15 minutos cinco caballos y dejó el coso hellinero sembrado con las tripas de los pobres equinos. Cada vez que acudía al cite, los picadores ponían cara de espanto y trataba de recogerse en la silla apretando los estribos.
El traje de torear de color verde y plata del torero estaba empapado con la sangre del cornúpeta, mientras trasladaban sus compañeros a un banderillero a la enfermería, Regalito, lo paró, enfiló la espada y lo mató de un bajonazo sin miramientos. Fue como una ejecución. En los dos suyos, estuvo sobrio, adaptándose a unos toros a los que apenas se les podía sacar partido. Fueron dos faenas de aliño, en las que el público, impresionado por la cogida de Barbero en uno de su lote, apenas prestó atención
Como su mentor Lagartijo, Regalito era partidario de la quietud en el toreo y como él pensaba que el arte del toreo se debe de expresar con las manos, nunca con los pies. Desde cintura para abajo, nada se debe de mover, decía parangonando a Pedro Romero. En Hellín cuajó una gran faena que le supuso el salir a hombros del coso ilunense.
Juana salió aterrorizada de la plaza. Jamás había pensado que la llamada fiesta, era un espectáculo tan cruento y cruel y se juró así misma no volver a contemplar una corrida de toros.
-Sabiendo como soy de sensible, no entiendo cómo me has traído a los toros Eugenio-
-Yo daba por sentado que sabías de que iba la fiesta nacional Juana-
-¿Fiesta? ¡Atiuste con la fiesta! ¡Qué se lo pregunten a los toros! No entiendo cómo te puede gustar ver como atormentan a un pobre animal-
-Nunca me lo he planteado Juana. Es una tradición y como tal me dejo llevar. Pero nunca hasta ahora me he parado a pensar si está bien o está mal-
-Ese es el problema de la mayoría de las cosas. En que la gente sigue a la manada, sin discernir. Sin pensar. Aceptando sin más los lugares comunes, sin actitud crítica. Eso se lo oí decir a tu tío Frasquito y tú estabas presente boyagas. A ver si prestas atención a lo que dice tu tío que lleva siempre más razón que un santo-
-Es tal la impresión que me he llevado, que a partir de ahora seré incapaz de comer el estofado de carne de toro que prepara mi madre cuando hay corrida en Hellín. Me vendrían a la memoria las terribles imágenes y no podría soportarlo Eugenio-
A partir de entonces, la vida de los dos daría un cambio radical y tendrían tiempo para pensar, y mucho para mejor decidir los muchos avatares que se les presentaron. Aunque cuando prima la supervivencia, poco tiempo, y menos margen tienes, para pensar y decidir.
José Martínez Olivares
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