Escrito y dirigido por Juan López Docón va : Sobre la historia de Hellín a través de recortes de prensa,entrevistas, charlas con los ancianos,reportajes de vídeos y fotografías, historias de los echos que pasaron, sus calles, atra vez de libros de hellin y muchísimo más.
viernes, 3 de marzo de 2023
fotografía para el recuerdo. Juan López Docón
jueves, 2 de marzo de 2023
La ilusión de la Juanica.José Martínez Olivares.
La ilusión de Juanica.
Juanica se arrebujó entre las sábanas tratando de mitigar el frío que las humedecía. Pero por mucho que se aovillara no conseguía entrar en calor. Había nevado por el día y el viento que hacía silbar las rendijas de la ventana mal ajustada, se hacía notar en demasía. Se había puesto un jersey sobre el camisón y unos patucos que le había hecho su mama la Engracia, pero como solía decir ésta: de donde no hay no se puede sacar. Además, la espera no le permitía tampoco conciliar el sueño.
-Seguro que este año con este frío, tampoco vienen los Reyes- pensó en voz alta.
Aunque el año pasado hizo menos frío y tampoco habían venido. Su mama le había dicho que no llegaron porque su papa acababa de morir y no quisieron molestar en esos días de luto
- Atiuste con el luto- había replicado la nena-
-Esque sus majestades son muy atentas y están en todo Juanica- Le había dicho la Engracia.
-¡Alumbra con la atención! ¿Y la ilusión mama? - La Engracia había callado y escondido su rostro de la mirada de ella.
Se levantó y después de aliviarse, el frío era tan intenso que se fue a la habitación de su mama para cobijarse a su calor. Se abrazó a ella haciendo la croqueta y así enroscada, logró conciliar el sueño hasta que los primeros rayos de luz traspasaron los raídos visillos.
Se levantó presurosa y fue anhelante a su habitación, pero estaba como la dejó: fría y desangelada, sin huellas que hubieran dejado los Reyes y vacía de juguetes. Unas lágrimas lavaron sus mejillas ateridas que le supieron más saladas que nunca y gimoteando volvió a la cama con la Engracia y se abrazó a ella estremecida por los sollozos.
-No llores Juanica. Los Reyes saben que tú has sido buena, pero con este frío no han venido con ellos los pajes y los camellos no pueden subir al cerro con los regalos-
-¡Odo! Pues cuando vivía el papa sí que subían mama-
-No Juanica. Eran los pajes los que los subían-
-Pues no es justo que los niños que viven en el llano tengan juguetes y los del cerro no mama-
-Si hija, pero la carencia se suple con la ilusión y dice mi papa el Nastasio que de ilusión también se vive-
- Si mama, pero con la ilusión no se juega.
José Martínez Olivares
Yo quisiera saber poema de Francisco Valcarcel (Dedico este Poemita a mi amiga Mercedes Muñoz Martinez con mucho cariño. Ojala le guste.).
Fotografia del castillo. Juan López Docón.
Reportaje de la vírgen de la Soledad.Juan López Docón
Cinema Levante fotografia. Juan López Docón
miércoles, 1 de marzo de 2023
FEBRERO EN NUESTRA NIÑEZ .Sol Sánchez.
FEBRERO EN NUESTRA NIÑEZ
Siempre me imaginaba siendo una niña a los meses del año como si tuvieran forma humana. Hoy, os dejo que hagáis un paseo por ese mes juguetón.
La fotografía me la cedió la persona que la pblicó, además de muchas historias de amor que incluí de personas que ya no están fisicamente, pero que, a buen seguro que, nos visitan en el mes de febrero.
De mi libro: Recuerdos al arrullo del invierno en Hellín.
Febrero era un hombrecillo alocado, delgado, de baja estatura, que también iba de paso. Un bufón dispuesto a todas horas a robar carcajadas y cambiar leyes. Un artista ambulante enamorado, dejando un rastro de romances en las calles, conocido como “febrerillo el loco”.
Calles en las que en febrero nos podía aparecer cualquier personaje inesperado. Callejones y plazas vistiéndose de fiesta y disimulo. Colores y luces entre las que se distorsionaba la realidad.
Febrero…
Era ingenioso, cuentacuentos, huidizo, e impetuoso.
Escondía críticas constantes en las esquinas de dudable apariencia.
Ángulos trajeados de cultura y tradiciones populares que perdurarán a lo largo de los siglos entre parodias y galas.
Febrero…
Olía a chocolate y paparajotas.
Marcaba la diferencia, trayéndonos solamente veintiocho días, sumando una jornada más cada cuatro años. Una broma para aquellos que nacían el veintinueve de febrero.
Un mes en el que el frío intenso seguía con nosotros.
Nos daba la oportunidad de continuar por las mañanas rompiendo el hielo en los charcos con la punta de las botas o los zapatos.
En el colegio nos entregaban la nota con todo lo que debíamos comprar para comenzar a elaborar en la clase de manualidades el regalo que llevaríamos a casa para el Día del Padre.
Acercándonos a la primera quincena del mes nos dejaban engalanar las aulas con corazones recortados en cartulinas de colores.
En los días previos, al Día de los Enamorados, los escaparates del Pueblo aparecían adornados de una forma muy especial, decorados con un gran mimo, en una distinción al amor.
Algo inusual se respiraba en el ambiente, en nuestros padres, en las parejas jóvenes… ¡Hasta la tele se vestía de amor!
Las películas y los programas estaban dedicados al gran San Valentín.
Allí estábamos los sábados y domingos por la tarde, frente al televisor, mientras que la lluvia golpeaba los cristales, viendo “El Día de los Enamorados” en blanco y negro con el carismático actor Tony Leblanc.
Pero si algo nos apasionaba de febrero era la llegada del Carnaval.
En clase, nos explicaban su significado con palabras difíciles de entender para nosotros: fiestas paganas en honor a Baco, el Dios del vino. Calendarios lunares. La antigua Sumeria…, chirigotas. ¡Días llenos de misterio escondidos tras un antifaz!
Por eso los niños manteníamos reuniones en los barrios, exponiendo cada uno las historias que conocíamos. Comité de hallazgos que duraba horas. En aquellos años tampoco disponíamos de una documentación veraz, por lo que no había más remedio que invitar a dicha reunión al arte de inventar, culpable de que en las noches de Carnaval, acostados en nuestras camas, la oscuridad se llenara de brujas, hombres sin cabeza y gigantes, hasta que el sueño se apoderaba de nosotros.
En el quiosco de “Pepera” aparecían como setas las caretas de cartón que sujetábamos con una goma alrededor de nuestra cabeza. Máscaras que imitaban el rostro de brujas, piratas y habitaban sobre las sillas…, colgadas en cualquier parte de la casa. ¡Al verlas nos envolvía una inquietud interior!
Febrero…
El fin de semana anterior al Martes de Carnaval, en cada barrio, casi todos los niños cogíamos prendas viejas de nuestros padres. Hasta un trozo de sábana nos servía para convertirnos en hadas y princesas, en maleantes y bucaneros. Danzábamos por las calles entre carcajadas y pisotones, con las caras pintadas con carmín y tizas, en una libertad inventada, mientras las estrellas brillaban en lo alto y los gatos se escondían asustados por las esquinas.
Miércoles de Ceniza era especial en nuestras vidas. Desde el colegio, a las cinco de la tarde, en una larga fila nos dirigían hasta la iglesia más cercana para recibir la Señal de la Cruz con la ceniza.
Después, nos gustaba que llegase la noche, beber chocolate y comer fritillas hasta que nos doliera la barriga.
Así comenzaba todo: el disparatado señor Carnaval bailando estrechamente con la señora Cuaresma bajo el cielo hellinero.
Febrero…
Viernes en los que en la mayoría de hogares no se podía comer carne y esa prohibición nos despertaba rebeldía. Nos contaban que los ricos que pagaban a la iglesia si tenían permitido comerla.
Momento en el que comenzábamos a cuestionarnos muchas cosas.
Tradición que nos hizo conocer el potaje con panecicos y otros manjares de la gastronomía hellinera, que habitualmente llegaban a la mesa los Viernes de Cuaresma. Días en los que observábamos que a los padres les crecía el pelo de la barba, y las madres encendían mariposas de luz, constantemente. Promesas para las que todavía éramos muy pequeños. Lo que nos entusiasmaba a adultos y niños, era comenzar a descontar los días que faltaban para la gran Semana Santa hellinera.
Febrero…
Nos traía en sus atardeceres el aroma a castañas asadas, tonteando con la brisa que nos acercaba el sonido de las bandas de cornetas y tambores en sus ensayos por las callejuelas de la Villa. Una música casi celestial, arraigada a nuestras entrañas, que convertía a Hellín en un escenario de sentimientos y emociones contenidas que, en breve, comenzarían a despuntar desde el corazón y las azoteas con los redobles de los primeros tambores.
¡Febrero era corto, muy corto! Los días volaban entre el alboroto y las ilusiones. Con los mofletes sucios de chocolate, mirábamos al díscolo titiritero perderse entre las nubes con un pañuelo multicolor y una fritilla enganchada en sus dedos.
¡Era el loco de febrero!
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