sábado, 21 de octubre de 2023

Tras los cristales. La rosa José Martínez Olivares



Tras los cristales. La rosa 

Durante años, su camino cotidiano, pasaba inevitablemente por la calle del Salvador, pues viviendo en la de Asunción y dirigiéndose hacia la Cuesta de los Caños, era la ruta más lógica.

Siempre le había fascinado ese arco ojival antañón que desde la parroquia abrazaba el casón donde vivía Curro Peñalver, un erudito historiador y muñidor de viejas historias que recordaban a su querido pueblo adoptivo. Conocía cada uno de sus sillares y el número de ellos.

Un día, tras pasar el arco, vio en la casa de al lado, tras los cristales del balcón, el rostro pálido y hermoso de una bella muchacha que al mirarle le mostró una triste sonrisa. A partir de entonces, todas las mañanas se repetía la misma escena y la sonrisa de la joven se fue haciendo más abierta y sus labios musitaban un saludo.

Su interés por la joven fue creciendo a medida que los días iban pasando, y decidió mostrarle su sentimiento, depositando una rosa en el balcón, que la joven recogía aspirando su aroma y besándola mientras le ofrecía una sonrisa. Durante varios días depositó la rosa e intentó en vano que la joven, ante sus demandas, volviese a salir al balcón.

Cautivado por la joven y extrañado al mismo tiempo por su actitud contradictoria, decidió investigar quién era la joven triste y esquiva. Nadie sabía quién era, ni tenía noticias de que una joven viviese allí.

Intrigado, decidió preguntar en la casa donde vivía la joven. Llamó a la puerta y le abrió un anciano de aire cansino y de semblante triste.

-Buenas tardes ¿Qué desea joven?-

-Venía a preguntar por una muchacha que veo todas las mañanas en el balcón y quisiera, si es posible, hablar un momento con ella.-

-Aquí no vive ninguna joven muchacho, solo mi mujer y yo-

-Pero yo la veo todas las mañanas al pasar-

-Desde hace más de 90 años que no vive aquí una muchacha además de mi mujer en su tiempo. Se llamaba Asunción y era hermana de mi abuelo. La pobre murió de unas fiebres a los dieciocho años. Dicen que era muy guapa. Pero fue una rosa que no llegó a florecer. La lloró mucha gente.-

Como él que desde ese momento sintió que el cielo y la tierra se abrían ante él y todo carecía de sentido. Ya nunca más volvió a verla tras los cristales.

José Martínez Olivares

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