sábado, 3 de diciembre de 2022

Rafaela Tomás Ibáñez....La nieta de Ibáñez el fotógrafo hellinero. Juan López Docón.


Rafaela Tomás Ibáñez

Retrato de Rafaela Tomás a lo niña bien. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Tarjeta postal: 8,5 x 13,8 cm. Plano entero. Rafaela aparenta seis o siete años, así que la imagen sería de el año 1905. Sonríe con picardía, pues tanto ella como su abuelo intentan engañar al espectador con este trampantojo. La mano izquierda se apoya en el tosco velador de madera y la mano derecha sujeta un jarrón ¡de mentira! Está pintado sobre el foro. La mirada de la niña resulta decisiva para completar la trampa. (Archivo familiar Miguel Tomás).

Rafaela no soportaba la miseria de las cuevas. A su manera nos instruía sobre la injusticia del mundo: los nenes caían en una casa y vivían, los nenes caían en una cueva y morían. En esos hoyos horadados en un cerro barbudo, los padres más asustadizos le rogaban, acariciando la faca, que si la cosa se torcía, salvara a la madre. Y ahí se ponía ella con sus sarmientos cuajados de olivas negras, a rebuscar en el fango de la vida, con paciencia, con hábito y con firmeza, sin escuchar los gritos ni las carreras ni el filo. Cerraba los ojos, rozaba aquella cabecita que no quería abandonar su nirvana, y viajaba al interior de esa otra cueva, la cueva dentro de la cueva, tomaba su mano para hablarle al oído, venga nena, abre los ojos y ven conmigo fuera que te esperan. No, déjame, protestaba la zagala. ¡Sin huesos te voy a dejar! ¡Vamos! Y la sacaba de allí sin más remilgos para que aprendiera a respirar. Luego se dedicaba a la madre: limpieza, cosido e inyección. Guardaba los instrumentos de tortura en su maletín negro para hervirlos al llegar a casa. Y por último anotaba en su agenda día 20, una nena, mientras el padre murmuraba unas palabras inconexas. No hay nada que agradecer, Dios cura, y se marchaba cuesta abajo riéndose por dentro.

Rafaela nació el 24 de octubre de 1899 en la calle Buenavista de Hellín. De su padre, Enrique el Campaña y de su madre Chus correrán ríos de tinta. María, su hermana mayor, tenía ya cinco años, y José María Silvestre Paredes, futuro cuñado, se trasladaba en esos días a Valencia para empezar sus estudios jurídicos. Su abuelo, Alejandro Ibáñez Abad, se hinchó a hacerle fotos porque era una niña muy fotogénica, de ojos inmensos y pícaros, porque era feliz y eso lo captaban las sales de plata, y lo más importante, porque estaba enamorada.

Ella se tronchaba viendo a su abuelo, tan serio y encorvado en su estudio, mancharse la barba de potingues, y posaba para él, muchas veces disfrazada..., que si niña bien, que si muñeca, que si odalisca, y hasta de truhán rapado al cero se conserva una carte-de-visite. Su adolescencia, en cambio, será literal. En 1914, aún quinceañera, lee unas notas apresuradas que le entregan en la boda de su tía Asunción: el amor de su vida abandona Hellín, no puedo quedarme, algún día volveré. En Serbia y en el norte de Francia, las primeras escaramuzas de una tempestad de esquirlas y amputaciones. En diciembre muere su padre. Desaparece un sueldo de perito agrícola y aparecen deudas y necesidades; desparece una época y aparece la guerra; desaparece un corazón y aparecen las tinieblas de la ermita. La mirada de Rafaela se endurece, de áspera corteza se cubren los tiernos miembros que aún bullendo estaban...

Durante unos años, el abuelo fotógrafo colabora en la economía familiar, pero llega el momento en que le muestra a su nieta la fotografía del globo. Ella comprende. Decide hacerse matrona, impresionada por las historias que contaba su madre sobre la desmesura de la muerte con los recién nacidos. Un día de 1928, el conserje de la Facultad de Medicina de Madrid donde realizaba las primeras prácticas con partos reales la busca..., señorita Tomás, le han puesto un telegrama. Rafaela lee ante la mirada inquisitiva de la parturienta y experimenta un déjà-vù: el abuelo se ha ido para siempre. La primera niña que Rafaela trajo a la vida durante aquella práctica universitaria se llamó, por supuesto, Alejandra.






En septiembre de 1929 empieza a trabajar en Hellín. Un nene, una nena..., y así durante cuarenta años. Al acabar la Guerra Civil se procedió a su depuración como empleada municipal, ¿acaso aquellas manos que proporcionaban el primer contacto con el mundo habían sido alguna vez impuras? Y como a su hermana María le habían matado al marido, se fue a vivir con ella al callejón del Cautivo.


Si en 1936 rondaba los 1500 registros, cuántos pudo acumular hasta que se jubiló a principios de los setenta. Sí, hijos con sus madres, miles de hellineros le deben la vida.


Ya anciana, a veces rompía su aspecto duro para bailar con los niños y recordar su disfraz de odalisca. En la penumbra de la cámara flotaban frágiles llamas de mariposas..., ella hacía como que rezaba..., en el lugar de la cruz había un retrato gastado por la memoria y por los besos. Siempre permaneció soltera, esperando sin llorar, mientras apuntaba incansable un nene, una nena, un nene, una nena, pero su amor no se apagó, y ya saben que pertenece a una historia que me gustaría contar.


(Agradecemos a Belén Miguel su ayuda).




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Atambor XXIX Antonio del Carmen López Martí

Atambor XXIX Ya que estamos en el mercadillo medieval de Hellín, no está más de recordar que dos alcaldes de Hellín uno en 1483, Juan de Val...