Calle milagros
-¡Juanicaaa!- Gritó la Engracia a voz en cuello
-¡Juanicaaa!- Insistió
-Ya voy mama- Respondió Juana al tiempo que acudía sofocada por la carrera.
-Estás enjugascá ¿Es que no me has oído?-
-Si mama, pero es que estaba jugando a la comba en la calle de la Virgen y en cuanto la he oído he venido a toda prisa-
-¿No te tengo dicho que no te salgas de la explanada de san Rafael?-
-Si mama, pero la cuerda es de la Pili y quiere jugar frente a su casa-
-Pues gobiérnate tú una. No quiero que te muevas fuera de la explanada del santo-
-Bueno…coge la lechera y vete a casa de la Rocha y que te ponga un cuartillo- Dijo la Engracia con cara de enfado.
-¡Odo! Ahora que íbamos a jugar a la rayuela-
-¡Atiuste con la nenica! Como te coja te vas a enterar tú de la comba-
Juana cogió la lechera de cinc y tomó la calle de la Virgen hasta la de Gracia para bajar las escaleras brincando y cruzando las piernas hasta la calle de la Reyna. A veces bajaba dándole a un tejo con el pie, como jugando a la una rayuela imaginaria. En la calle de los Guardas tomó un sorbo en el caño y se acordó de su madre que siempre le advertía del cuidado que debía de tener en esa calle, sobre todo después del cruce de la calle del Águila, pues por allí se canalizaba todo el tráfico hacia Albacete y Madrid. Ya después de Alfarerías cambiaba la cosa y apenas había carros y caballerías.
La calle Milagro estaba en pleno cerro Barbudo y era una de las más pinas del barrio; además era toda de tierra con peanas de piedra que en muchas ocasiones al llover se desprendía y quedaba con el barro, intransitable.
Graciano el marido de la Rocha tenía el establo con las vacas en las proximidades del Pino, cerca de las vías del tren y tras el ordeño, traía las cántaras en un carro. El vehículo tenía que dejarlo en la parte baja de la calle y cargar la caballería con los cántaros hasta la casa situada en la parte alta de la calle. Las alforjas no daban para más de dos cántaras y tenía que hacer varios viajes.
Juana tras echarle el cuartillo de leche la Rocha lo abrazaba y bajaba con mucho cuidado la cuesta y teniendo mucha atención donde pisar.
-Que dice mi mama que lo apunte Rocha que ya se lo pagará a final de mes-
-Vale Juanica, ten cuidado no te vayas a desgraciar un pie y dile a tu mama que ya arreglaremos cuentas-
A veces se acercaba hasta la cercana calle del Aire para ver a la Pepica y ayudarle a subir cubos de agua hasta su casa. La calle también tenía historia, pensaba Juana, -y peligro- añadía la Pepica. Bajando de ca la Rocha, estuvo a punto de caerse al resbalar en el terragal, pero por algo se llama la calle Milagro: tras el traspiés se rehízo y todo quedó en un susto.
-Mama- le dijo al volver a casa a la Engracia-no se tome usted pesambre, pero sería mejor que fuese a comprar la leche a la Paca en la calle Cantarería-
-¡Atiuste! ¿Y se puede saber por qué?-
-Porque está más cerca y es menos peligroso. Hoy he estado a punto de esclafarme en la calle Milagros al esfarrarme-
-Pues la subida de San Rafael tampoco es manca. No me vengas con ardiles que tú lo que quieres es no ir allí porque está más lejos y eres una floja. Para jugar a la comba y andar por ahí de brincacequias jugando a la rayuela no te cansas-
-Que no mama, yo puedo subir y bajar por la calle de Gracia y la de la Virgen sin miedo a caerme-
-Pues tienes cuidado, pues para ir a casa de la Pepica en la calle del Aire y subir los cubos de agua, te falta tiempo. Además la leche de la Paca está bendecida y es una sota-
Unos días después, cuando llegó al principio de la calle Milagro vio un montón de gente arremolinada. Se acercó y observó a un mulo muerto. Se marchó a casa de la Rocha, pues no le agradaba ver de cerca la muerte aunque fuese de animales. Al llegar se encontró a la Rocha desolada en un mar de lágrimas. El macho al subir cargado había perdido pie y se fue cuesta abajo con la carga de leche. A consecuencia de la caída quedó tan malherido, que el veterinario para evitarle sufrimiento, tuvo que sacrificarlo allí mismo. Estaban esperando la llegada de una carreta para trasladar el cadáver a la huesera que hay junto al Pino.
-¡Qué desgracia! -Se lamentaba la Rocha- Pobre Negrillo con lo bueno y dócil que era. Ya le decía yo al Graciano que en las condiciones que está la calle, un día íbamos a tener una desgracia-
Ese día volvió sin leche a casa, y tras contarle lo sucedido a su madre, la mandó a casa de la Paca a por leche. Ya no volvió a ir a la calle Milagro, pero Juana nunca se hinchó de razón ante su madre, pues nunca debe una, pensaba, alegrarse de desgracia ajena.
José Martínez Olivares
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