Cerro de Barbudo
El Barbudo es un cerro en el que las casas casi gravitan en un abismo. Calles de vocación vertical, de desniveles que no invitan al paseo y aún menos al tráfico rodado, por otra parte, imposible. El hombre tozudo, se empeñó en imitar a los pájaros y anidó en estas crestas roqueñas, quizás buscando más la inexpugnabilidad que el asiento. Parece que fue un tal Barbudo, personaje patibulario y felón el que, en la Edad Media, se asentó en estos lares y le dio nombre.
El trazado urbano hellinero ha evolucionado desde la medina musulmana que se extendía en el cerro del castillo con calles de trazado sinuoso y estrecho, sin plazas ni jerarquías diferenciadoras como corresponde al sentido de intimidad de la vida privada y el concepto religioso que iguala a todos los creyentes sin diferencias de clase; antitético al cristiano. Según Chueca Goitia y Leopoldo Torres Balbás el islam es una teocracia igualitaria. Para el cristiano todo viene de Dios y el monarca es su brazo armado; en el islam todos los nacidos en su seno son iguales por el hecho de ser creyentes. La ciudad es misteriosa, religiosa y símbolo de la igualdad entre los creyentes, por lo que es indiferente su estructura y no se distinguen unos barrios de otros y el caserío se va ampliando de forma anárquica sin planificación.
En el renacimiento, los arrabales de la ciudad nacen de una idea intelectual trazada sobre plano y obedece a una trama ortogonal, reticular, con calles más amplias, plazas y calles jerarquizadas en las que se asienta la nobleza y la burguesía. Los primeros ensanches de Hellín se corresponden con estos esquemas.
En las colinas o cerros la trama generalmente se desarrolla de forma elíptica o circular, adaptándose al terreno por medio de terrazas comunicadas por calles en rampa. En Hellín a diferencia de los pueblos andaluces en alto, se utilizan calles perpendiculares al plano que salvan las diferencias de nivel con escaleras y peanas de acceso a las viviendas. Ejemplo extremo es el Cerro Barbudo, donde se utiliza la retícula en una topografía de fuerte declive, con calles que nacen en su pie occidental y voltean todo el cerro hasta los pies de la otra vertiente oriental; un disparate que dudo que responda a un proceso intelectual. Las calles que dibujan la trama de sur a norte están dulcificadas al estar asentadas en la falda occidental del cerro, la de menor declive.
Este cerro lo frecuenté en los últimos años 50, pues en una de sus calles, quizás la del Lobo, vivía mi amigo Luis del Olmo, compañero del Laboral. Recuerdo un barrio deprimido, con calles desnudas a roca viva y peanas excavadas.
Jose Martínez Olivares
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