lunes, 6 de febrero de 2023

La balsa capote.José Martínez Olivares

La balsa Capote

Juana tiene quince años y hace uno que pela la pava con Eugenio, el chico de la calle Soledad que conoció un año atrás en la verbena de San Rafael, y hace poco que sirve de moza en la casa de la calle Guardias. Aunque reserva sus horas libres al adolescente que puebla sus sueños, comparte algunas con las amigas, sobre todo con la Pepica de la calle del Aire en el cerro Barbudo, esa calle con ínfulas de nido de águila que se acerca al cielo y rivaliza con la cumbre del Pino que se observa desde la cima.

La balsa Capote, se encuentra en la base del Cerro del Pino y ejercía sobre su amiga una fascinación que venía dada de las leyendas que sobre ella se trasladaba de forma oral. Nadie sabía desde cuando existía, ni cuando sus aguas ahora ponzoñosas, reflejaban como un espejo los cielos de azul purísimos con que solía vestirse Hellín.

Algunos se bañaban en estas aguas entonces putrefactas, llenas de cadáveres de perros y gatos. Juana después de la experiencia en la balsa del Renco que casi le costó la vida, se había vuelto de secano y no necesitaba la intimidación de la famosa leyenda de la bicha que como en otros lugares y con otros nombres, evita que los niños se bañen y puedan ahogarse en sus aguas. Nadie había visto nunca a la bicha, aunque todos la cantaban y cualquier croar de rana o chapoteo daba lugar a temor.

Temor que se vio reforzado un año atrás, allá por el año 1895, el año de la pérdida del resto del imperio colonial un joven de 24 años llamado Esteban Ruiz Rojas guarda muelles de la estación ferroviaria se ahogó mientras se bañaba con unos amigos en la balsa. El desdichado joven procedía de Ciudad Real, donde vino destinado a esta estación, era el único sostén de la madre, ya que, del resto de los hijos, el mayor guardia civil, estaba casado y el menor sirviendo en Cuba. Mal año para servir en la isla del Caribe y que daba escalofríos a Juana pensando que su novio Eugenio, entraba en quintas al año siguiente.

Pero lo que fue motivo de temor y rechazo para la mayoría de niños y adolescentes, esta noticia, acrecentó la fascinación de la Pepica. Un día que Juana fue a su casa de la calle del Aire a visitarla, le sugirió que fuesen a la balsa.

_ Sólo para verla Juanica. Anda, no seas mala, me muero por ganas de pasear por el borde del Pino y visitarla.

_ ¡Odo! ¿Y la bronca de mi mama si se entera qué?

_Qué se va a enterar. Anda, no seas sota.

_ ¿Y no te parece que ya somos grandes para estas aventuras? Mi mama la Engracia dice que ya tengo edad para tener pájaros en la cabeza.

_ ¡Atiuste! ¿Y las ilusiones qué?

_Las ilusiones se te quitan lavando y fregando todo el día y aguantando los caprichos del señorito.

_¡Alumbra! Pues mi agüelo dice que la curiosidad aviva la mollera.

_ Pues la Engracia dice que la curiosidad mató al gato.

_ Mucha repalandoria tienes hoy Rubia, le pareces a mi mama, que tiene reproches para todo. Como dices ya somos grandes para tener ilusiones y caprichos que son cosa de gente con perras, sin embargo, tenemos cierta autonomía que no pueden ni deben de reprimirse y que no hacen daño a nadie.

_¡Arrulia! Pareces el párroco de la Asunción con el sermoneo Pepica. Cuando te da un abarrunto eres como un agonías. Sí, vamos a dar un bureo por la balsa ante de que me dé un aciconque.

A la humedad de la balsa, crecían cañaverales donde los chiquillos se proveían de material para fabricar los canutos con los que zaherir a los amigo/enemigos circunstanciales con los huesos de las almecinas que recogían en los escasos pero frondosos almeces de las huertas del pueblo. El aspecto de la balsa era deplorable y las aguas verdosas carecían de trasparencia. Era imposible precisar la profundidad y el hedor que desprendían era motivo suficiente de rechazo. No hacía falta de leyendas, pensó Juana. La Pepica como si estuviera leyendo sus pensamientos, dijo:

_Pos pijo. Vaya porquería de balsa. Y pensar que yo estaba ansiosa por verla y soñaba con bañarme aquí. Hay que tener cabeza de chorlito para pensarlo.

_Ya se te a quitado el engolosineo. Te darás cuenta de que solemos desear lo que se nos prohíbe y que raras veces se aproxima a lo que pensábamos.

_Te pareces a una vieja Juana ¡vaya parloteo!

_ ¡Odo! Tengo poco vivido, pero mucho aprendido. Mi abuelo Nastasio me dice que me fijo mucho.

_ Más que un búho y también un poco trápala con mucha repalandoria.

_ ¡Alumbra! y tú un poco almorchón. Que te cuesta mucho aprender. Solo entiendes a base de palos como el perro de un arriero.

_ Já, já, já. ¡Qué cacho de jumento estás hecha Rubia! Lo que si te digo es que yo aquí no me meto ni muerta.

Años más tarde Juana recordaría estas palabras premonitorias de su amiga.

José Martínez Olivares

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