El eremita
Cuando Abderramán se dirigía a Córdoba tras la batalla de al-Musara, recibió la noticia de que iba a ser padre por vez primera por parte de su esposa Houlal con la que hacía poco que se había desposado. La noticia del hijo que aseguraba la continuidad de la dinastía omeya y la victoria sobre Yusef al Fahri, le convencieron para que Córdoba siguiera siendo la capital del Emirato Omeya de al Ándalus recién creado
Ese mismo año de 756, mando construir Abderramán el palacio y jardín de Al-Ruzafa, en las faldas de Sierra Morena, construyendo nuevos accesos desde la ciudad a la sierra, y plantó olivos y almendros, y dicen que plantó con sus propias manos una palmera casi en el mismo sitio, que algunos siglos antes había plantado Julio César un platanero que alcanzó gran longevidad.
Este vergel sirvió de residencia al príncipe en los cálidos días del estío cordobés, difícilmente soportables. Numerosas albercas y fuentes, daban el frescor necesario junto con los jardines de arrayanes con rosales, cipreses y pinos. Abderramán como hombre cultivado y con una gran vena poética, escribió a la palmera estos versos:
"Tú también insigne palmera eres aquí forastera,
Del algarve las dulces auras,
Tu pompa halagan y besan,
En fecundo suelo arraigas
Y al cielo tu cima elevas.
Tristes lágrimas lloraras
Si cual yo sentir pudieras,
Tú no sientes contratiempos como yo de suerte aviesa,
A mí de pena y dolor continuas lluvias me anegan,
Con mis lágrimas regué las palmas que el Forar riega,
Pero las palmeras y el rio se olvidaron de mis penas -
Cuando mis infaustos hados y de Alabas la fiereza-
Me forzaron a dejar del alma las dulces prendas,
A ti de mi patria amada ningún recuerdo te queda
Pero yo triste me quedo sin dejar de llorar por ella"
En estos sencillos versos, se trasluce toda la nostalgia por su tierra de Siria, y aquí en este lugar recoleto de la sierra próxima a Córdoba se refugiaba el príncipe, pues se sentía como en su propia tierra.
Cerca del palacio existían unas cuevas que desde antiguo habían sido moradas de eremitas cristianos que vivían su soledad con total sencillez y humildad apartados del mundo. Un día Abderramán paseando por los caminos aledaños a la al-Ruzafa, observó a un viejo eremita muy encorvado y que apenas podía caminar. Solo vestía un mínimo calzón muy rasgado que apenas cubría sus zonas pudendas.
Luengas barbas cubrían su rostro extremadamente pálido al que daba personalidad una nariz aguileña. Su extremada delgadez amenazaba con descolgar sus carnes magras y calzaba unas sandalias de esparto muy gastadas.
Abderramán miró con curiosidad al viejo que lo saludó con un movimiento de cabeza, y siguió paseando sin prestarle más atención. Iba preocupado ensimismado en los problemas de gobierno, y siguió caminando sin volver a pensar en el ermitaño del que los acompañantes del emir, no quitaban ojo, pendientes de la seguridad de su señor.
Pasó el tiempo y el príncipe agobiado por sus responsabilidades, no había vuelto a pensar en el anciano ermitaño. Una mañana de niebla, muy frecuentes en esa zona, el príncipe caminaba aspirando el aire fragante con aromas de romero y tomillo cuando vio venir hacia él una sombra con pardo sayal:
As-Salaam alei-kum- Saludó el ermitaño
-Waa ali-kum Salaam- Respondió el príncipe, que curioso, preguntó al viejo:
-¿Acaso eres el anciano con el que me crucé hace unos días? ¿Vives por aquí?-
-Si emir en una cueva cercana-
-¿Cómo sabes que soy el príncipe?-
-Porque mi vida está repartida entre la meditación y la observación de la naturaleza y en mis paseos, te veo acompañado de una escolta. Pregunté por curiosidad a unos aldeanos, aunque tu porte te delata, y eso es todo.
-¿Vives solo en esa gruta que dices?-
-Si príncipe, me aparté de este mundo hace muchos años, para vivir de eremita, orando a dios y pagando mis culpas-
-Severa condena. Grandes deben de ser tus culpas para apartarte de todo. A veces la autoinculpación es más severa en el castigo que la justicia humana anciano-
-Pero no si se vive en el temor de dios príncipe-
-Me gustaría saber cuál es el motivo de tu retiro y del sentimiento de culpa que te invade-
-Un señor principal como tú vive ajeno a los hechos mundanos y quizás mi vulgar historia, no sea de tu interés-
-Pues sí. Has despertado mi curiosidad, podemos pasear juntos y mientras disfrutamos de esta mañana, me cuentas tu historia-
-Como tú desees emir:- Me llamo Beltrán de Guzmán aunque mi nombre arabizado es Omar ibn Quzman. Nací hace muchos años en Córdoba en el seno de una familia cristiana, cuando ésta pertenecía todavía a los a los visigodos. Estudie para físico (médico) y después de la conquista, fui reconocido como tal y seguí ejerciendo mi profesión-
-¿Eres muladí acaso?-
-No mi emir, no me convertí al islam como muchos otros hispanos visigodos, soy mozárabe, aunque mis costumbres y mi idioma son las árabes, pero también hablo latín desde mis tiempos de estudiante-
Hace un pequeño silencio como si meditara lo que va a relatar a continuación y prosigue:-Como dije anteriormente, seguí como físico tratando de cuidar a la gente más humilde: aquella que no tiene medios para acudir al médico para que sane sus enfermedades-
-Una acción muy caritativa por tu parte ermitaño y digna de encomio-
-En el ejercicio de mi profesión, conocí a toda clase de gente. Un día me llamaron para ir a una casa a asistir a una joven enferma. Nada más verla, por su estado y palidez, colegí que padecía de tisis, algo no extraño en esa época-
-La mayoría de las veces es consecuencia de vivir en casas poco ventiladas y llevar una alimentación irregular o escasa- Añade el príncipe-
-No era éste el caso príncipe; la joven pertenecía a una familia musulmana acaudalada y vivía en una mansión junto al río. Le prescribí una dieta estricta y unas medicinas tradicionales que usamos los médicos para estos casos. La joven de nombre Bahira (espléndida) hacía honor a su nombre y era de esa clase de belleza que hace daño al mirarla-
-Y te enamoró, claro- Dice el príncipe.
-Era inevitable señor. Estaba deseando que pasara el tiempo necesario para volverla a visitar. Los días que trascurrían sin verla eran un suplicio para mí. Y ella tampoco era ajena a mis sentimientos. Entre los dos había surgido un sentimiento hermoso que trascendía la mera relación entre médico y enferma. Todo surgió de forma natural y espontánea. De forma súbita, sin pretenderlo, como suele trabajar Eros. Un día nos besamos de forma casi instintiva y nos enlazamos con las manos mientras nos confesábamos nuestro amor-
-¿Y qué dijo la familia de ella al enterarse?-Pregunta Abderramán
-Lo previsible príncipe. Como sabes los matrimonios mixtos están prohibidos y la familia se negó en redondo a que Bahira se casara con un cristiano, pese a gozar de dinero y posición como yo-
-Con que uno de los dos abjurara de su religión, se solucionaba el asunto anciano Omar-
-Yo me ofrecí en primer lugar. Pero la familia siguió obcecada y dijo que yo aunque renegara de mi religión, seguiría siendo para ellos un cristiano y que no querían emparentar con alguien que adoctrinara a sus futuros nietos o sobrinos en la religión de los infieles-
-Esa es una cerrazón sin sentido y además de cerrar toda posibilidad de acuerdo, es insolidaria, intolerante y egoísta- Dice el príncipe.
-Ante la tormenta que amenazaba nuestro porvenir, Bahira me dijo: Amado Omar, ante la negativa de los míos a que nos casemos, pese a tu sacrificio, he optado a ser yo la que me convierta al cristianismo, pues no puedo ser fiel a una religión que me niega la felicidad, ni a seguir profesando la fe de los míos que por su obcecación me la niega-
-El islamismo no niega la felicidad y la paz, sino que la propicia, es el fanatismo y lo obtuso de las convicciones de algunos, las que la niegan y con eso a la propia vida Omar-
El viejo asintió con la cabeza y prosiguió:- Una mañana fuimos a la basílica de san Vicente, junto al río y al lado de la judería y Bahira se bautizó, como primer paso antes de casarnos y después, juntos de la mano paseamos por el puente romano felices y haciendo planes: Nos casaremos pasado un tiempo e iremos a vivir a mi casa Bahira. Y no te preocupes que con el tiempo, tu familia se dará cuenta de lo absurdo de su proceder y todo se resolverá-
-Dios lo quiera Omar. Rezo porque así sea-
-Pero la fatalidad nos negó el futuro: cuando Bahira comunicó a su padre su abjuración del islamismo y mi intención de pedir su mano, entró en cólera y profirió unas palabras terribles: “prefiero una hija muerta antes que casada con un cristiano” a lo que su hija respondió “pues toma ya la daga, pues no pienso renunciar a Omar”-
-¿Y cómo reaccionó el padre ante tamaño desafío?-
-De la manera más cruenta posible: tomó la daga que su hija le ofrecía y la apuñaló en el corazón, ante el estupor de todos-
-Cuando yo supe de la tragedia, me sentí culpable de la muerte de Bahira y reaccioné repartiendo todo lo que tenía entre los pobres y apartándome de esta vida. Una renuncia para vivir en soledad orando por el alma de ella y penando mi culpa-
-Pero tuya no es la culpa Omar. Bahira y tú fuisteis víctimas de la intolerancia. Nada debes de reprocharte, pues tú obraste según tu corazón demandaba y la razón te dictaba. Pero siempre desgraciadamente, encontramos alguien que interfiere en nuestra vida y nos impide realizar nuestros más íntimos anhelos. Que Alá tenga en el paraíso a Bahira por su sacrificio y a ti que te premie con la paz Omar por la abnegación y el amor demostrado por ella, que te ha llevado al sacrificio de la renuncia a una vida mundana-
-Y que a ti te ilumine en los asuntos de gobierno emir-
As-Salaam alei-kum (La paz esté contigo) príncipe
-Waa ali-kum Salaam (Y contigo esté la paz) Omar
Ambos prosiguieron sus caminos divergentes en la vida. Abderramán nunca más volvió a ver a Omar, quizás, se decía, tras sus palabras había reflexionado y había vuelto al mundo, quien sabe.
Un día se acordó de él al leer en la entrada a un eremitorio de las siguientes palabras:
“Detén el paso y advierte,
Que este lugar te convida,
A que mueras en la vida,
Para vivir en la muerte”
JJose Martinez Olivares
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