La sotana
A finales de Marzo de 1939, tras el golpe del coronel Casado, las tropas de la República están en plena retirada. Tras la caída de los puertos catalanes, y la retirada de la flota española del puerto de Cartagena solo queda operativo el puerto de Alicante. Más de 20.000 personas pretendían huir de la represión franquista y a los que se había prometido evacuar en buques fletados. Pero con el puerto bloqueado por la armada franquista y el hostigamiento de la aviación nazi, pese a ser declarada zona neutral por la Cruz Roja Internacional, era casi imposible la llegada de los buques contratados por la República. Ello trajo como consecuencia, la retirada de navíos y el incumplimiento de los acuerdos ya pagados. El 28 de Marzo a las 23 horas el Stanbrook zarpaba lleno hasta el palo mayor, navegando por encima de la línea de flotación por el exceso de carga dejando en el muelle a cientos de refugiados inermes ante la represión de los nacionales.
Artemio Ruiz, busca junto a sus camaradas un medio de salir de esta trampa en que se ha convertido el puerto de Alicante. Como ellos, varios soldados republicanos se dirigen a un pesquero atracado en el muelle. Asaltan el barco y ante la negativa del capitán, le amenazan con disparar y arrojarlo por la borda. Este aduce que apenas tienen combustible y solo podrán salir del puerto y navegar hasta Santa Pola o como mucho Torrevieja.
-La cuestión es salir de este atolladero, exclama Artemio y todos asienten ante su aseveración. Salen de la bocana entre el humo de las explosiones de las bombas alemanas y en medio del caos de otros pequeños navíos con otros infelices, que buscan en su derrota huir de las tropas que sitian el puerto. Navegan paralelos a la costa, a una distancia que queden fuera del alcance de los disparos de mortero, pero que en caso de naufragio, les permita llegar a nado a tierra.
Dejan la isla de Tabarca a sotavento y se dirigen a Santa Pola, cuyos acantilados divisan. Un ruido de motor rateando les avisa de la proximidad del Heinkel He 45 al que popularmente se conoce como pavo. Es un biplano de los que utiliza la Legión Cóndor adaptado como pequeño bombardero. Da una pasada de reconocimiento y desde el barco se le recibe con una descarga de máuseres. Una ráfaga de ametralladoras, es la respuesta a los ocasionales marineros, antes de que una bomba haga estallar en mil pedazos el pequeño navío.
Artemio vuela por los aires entre restos del pesquero y los cuerpos destrozados de sus acompañantes. Vuelve a la superficie cubierta de trozos del barco y manchas de combustible. Mientras observa como el Heinkel se pierde en la distancia, recoge un salvavidas. No hay síntomas de vida a su alrededor. Solo él ha sobrevivido al ataque del biplano alemán. La costa está cercana y amparado en la oscuridad de la noche, espera burlar la vigilancia costera. La mar está helada en esta época del año a pesar de la bonanza del clima de esta tierra. Aterido, alcanza la costa en un lugar despoblado y busca abrigo junto al cantil al este de la ciudad.
Una caseta abandonada le sirve de refugio. Se despoja de sus ropas mojadas y trata de buscar algo con lo que hacer un fuego. Una vieja silla le sirve de provisión. Sopla fuertemente la mecha de su encendedor y consigue que prenda fuego. La pequeña hoguera es un alivio para el frío que lo atenaza. Un olor nauseabundo se percibe en el pequeño habitáculo. La luz que ilumina ahora el lugar, le apercibe del bulto oscuro que hay en una esquina de la habitación. Toma una pata de la silla encendida e ilumina el rincón. La sorpresa le hace dar un grito ahogado: es el cadáver de un cura con la cara destrozada de un disparo. Registra sus ropas y en la cartera un documento afirma que se trataba de Enrique Portal Sogorb, natural de Alicante y párroco de una pequeña ciudad de la diócesis de Orihuela. Algunas fotos de seguramente familiares y unas pocas pesetas, son todo lo que queda de este pobre desgraciado.
Una idea le viene a la mente: tomar la identidad del difunto. Su condición de cura, le servirá de salvoconducto y evitará que su traje de militar republicano le delate. Inspecciona la sotana y el resto de la ropa que a pesar de la herida en la cabeza, están limpias de sangre. Fue abatido por un tiro en la sien, seguramente por su condición de sacerdote, dado el anticlericalismo de algunos a causa del apoyo de la iglesia a la causa nacional. La talla del muerto es casi la suya. Aquel, un poco más alto, pero apropiada al ser una sotana. Quema sus ropas, después desviste al cadáver y lo esconde detrás de unas adelfas próximas a la caseta. Al poco, duerme profundamente, tras un día de fuertes emociones.
Al día siguiente vestido con el traje talar se dirige hacia Santa Pola, buscando un medio de trasporte que le permita huir del lugar. La situación es caótica a consecuencia del final de una contienda que ha desangrado al país. Las líneas de autobuses no funcionan y los transportes por carretera, paralizada casi por completo la actividad económica, son escasos. Ante la imposibilidad de salir de la ciudad, pregunta por una parroquia y se presenta ante el cura párroco, como el padre Artemio Ruiz, hermano en el sacerdocio y salvado milagrosamente de las hordas republicanas, gracias al asilo de unas piadosas gentes. Busca la manera de salir de la ciudad para presentarse en su parroquia de la que fue privado por la fuerza para darle muerte, y solo la gracia de Dios, le había permitido salir indemne de la situación.
Don Antonio el párroco, le sugiere que tome aposento en la casa parroquial, pues dado a las bajas de algunos sacerdotes a causa de la guerra, quedan plazas libres y mientras tanto, le aconseja esperar hasta que la situación se vaya normalizando. El supuesto padre Artemio asiente a las palabras del párroco y agradece el asilo que le da y espera ser de ayuda en las prácticas eclesiales, que seguramente serán muchas dada la gravedad de la situación tanto social como espiritual. Don Antonio asegura que no vendrá mal una ayuda. Enrique sonríe satisfecho ante la oportunidad que se le presenta. Además, en su adolescencia fue monaguillo en su pueblo y conoce la liturgia y el lenguaje de la iglesia a la perfección. Todavía recuerda de memoria la misa en latín y todo el rosario. Conocimientos que le servirán en su nuevo papel como sacerdote auxiliar de la parroquia.
Tras la fracasada diáspora republicana del puerto de Alicante. Las autoridades del bando vencedor crean un campo provisional conocido como “Campo de los Almendros”, pero al ser desbordados, dada la cantidad de prisioneros que albergaba, deciden crear un campo de prisioneros en las antiguas instalaciones del Campo de Trabajo de la República, sitas en Albatera, pequeño pueblo de la Vega Baja de Alicante, cerca de Orihuela. El 11 de Abril de 1939, se establece el campo con una cantidad de presos que excede a los vente mil. Las condiciones de vida en el campo eran durísimas; la única comida que recibían los presos era chuscos de pan y sardinas. El enorme calor y la falta de agua producían grandes padecimientos a los sedientos presos. Las medidas represoras, indignas de un bando sin conciencia; falto de magnanimidad y piedad ante la victoria, merecen ocupar un lugar en el memorial de la ignominia. Se produjeron torturas, todo tipo de humillaciones y vejaciones. Se numeraba a los presos, de tal forma que si uno de ellos se fugaba, se fusilaba a los que tenían los números anterior y posterior.
Además de estos asesinatos, que se producían sin juicio previo, estaban las constantes “sacas” de presos. Grupos de falangistas y “vencedores” venían desde todos los puntos del país a buscar presos conocidos por ellos y vengarse de supuestos agravios, o satisfacer venganzas y envidias. Una vez localizados, se los llevaban en camiones y los fusilaban en los alrededores del campo.
Ha trascurrido más de un mes. El padre Enrique lleva una vida plácida en la parroquia en espera de que se presente la ocasión para huir. Una mañana el padre Antonio le dice que lo acompañe al despacho parroquial, pues quiere hablar con el de un asunto que puede ser importante para su futuro: la diócesis de Orihuela, necesita sacerdotes para el Campo de Albatera, pues el auxilio del único cura del pueblo, es insuficiente dado el número de presos. Enrique en un primer momento duda ante la proposición, pero después imbuido por la solidaridad, acepta. Ha oído a sottovoce los excesos que se cometen en el Campo y cree que puede ser útil a sus antiguos correligionarios. No teme ser descubierto en su impostura, pues el caos de la guerra, el número de sacerdotes asesinados o desaparecidos y la destrucción de archivos, favorece su papel de impostor. Además según el padre Antonio, su labor será más de apoyo social y caridad cristiana, aunque sin abandonar, claro está, el auxilio espiritual de aquellos infelices.
-También simultaneara su labor en el campo, con la de párroco de una pedanía de Catral cuyo sacerdote fue asesinado por los rojos. No le llevará mucho tiempo, solo la misa de domingo y el impartir los sacramentos a los escasos feligreses.
-Trataré de ser útil de las responsabilidades que me otorga y corresponder de la confianza que en mí deposita. Nunca le agradeceré bastante la generosidad que conmigo ha tenido y trataré de ser digno en el cometido que me demanda.
-Que Dios te ayude hijo mío, sé que eres digno de esa confianza.
Enrique había llegado a apreciar al padre Antonio, hombre con verdadera vocación y entregado a la causa de los pobres. Sentía que las circunstancias de la guerra les hubiesen colocado en bandos opuestos, pero algunas palabras que había pronunciado, eran francas. El padre Antonio pretendía ayudar a los penados, dentro de sus posibilidades, limitadas en el aspecto del rigor militar y las represalias, pero confiaba en que en la nueva España nacional católica, la influencia de los curas sirviera de vehículo para poder mitigar algunas injusticias.
Un camión militar traslado a Artemio a Saladares, lugar de ubicación del campo. El antiguo campo de trabajo de la república ocupa una gran explanada huérfana de todo vestigio de vegetación y de humanidad, como comprobará más tarde. Los antiguos barracones de obra que sirvieron para albergar a los 1.200 presos de la república, están ocupados por un tabor de regulares, el 2º de Melilla al mando del teniente don Agustín Pérez Palomo y los escasos servicios para atender a los más de 20.000 presos que se distribuyen en miles de tiendas de procedencia italiana.
Algo más de trescientas hectáreas, donde muchos infelices fueron privados de los más mínimos derechos y posteriormente asesinados. El antiguo campo de reinserción convertido en un verdadero campo de exterminio, perpetrado no por extraños ni fuerzas extranjeras, sino por hermanos vinculados a través de siglos por una historia común y lazos de sangre.
-Su presencia aquí, le dijo el teniente Pérez, está impuesta por el mando, aunque a mi parecer, estos desalmados son ajenos a la iglesia y poco dados a cuestiones de fe. Su ateísmo es una de las causas del envilecimiento de la patria y una de las consecuencias de la degradación moral que ha llevado a la decadencia y la corrupción de los valores. Aquí no estamos para prestar auxilio a estos canallas, sino para ejercer el legítimo derecho que como vencedores, Dios nos ha otorgado y ejercer sobre ellos el castigo a que se han hecho acreedores por sus crímenes. No le quepa duda de que así será y en espera de lo que los tribunales militares solventen, nosotros ejerceremos la autoridad que se nos ha dado en defensa de la ley y el orden.
-Mi teniente, Dios perdonó a sus enemigos y se sacrificó por los pecados de todos. Debemos de ser magnánimos en la victoria, como hubiésemos deseado en reciprocidad, en caso de derrota. No podemos cimentar una nueva España sobre la sangre de nuestros hermanos en sangre. Tenga en cuenta además que muchos de estos infelices han sido reclutados en sus zonas militares, sin atender a sus ideas y de forma no voluntaria.
-No podemos discernir ni la menor o mayor culpabilidad y responsabilidad de cada uno de los rojos que aquí se encuentran, en caso de error Dios sabrá elegir entre los suyos. La mala hierba es mejor arrancarla de raíz y evitar que prolifere, poco importa que en esta acción perezcan otras buenas; el comunismo es genético y forma parte de una filosofía que se trasmite de padres a hijos, no podemos permitir que las situaciones vividas se repitan en un futuro. Los españoles del mañana deben de ser hombres y mujeres de orden y temerosos de Dios, basta ya de libertinaje y de librepensadores.
Enrique calló, pues poco se podía argumentar ante las palabras del teniente Pérez, y comprometerse en una respuesta apropiada ante la intolerancia del chusquero. Se mordió la lengua sin expresar su repugnancia y tras la salutación que era una verdadera declaración de principios, se despidió de iracundo teniente, en dirección al barracón donde le habían habilitado un pequeño despacho.
Los primeros días recorrió el campo con ojo escrutador, anotando pequeños detalles que poco a poco, le dieron una visión de la situación de los presos. La aparente anarquía del campo, no era tal. Comprobó que se formaban grupos de presos que su composición, no había sido cosa del azar, sino que respondía a confraternidades entre componentes de partidos políticos y sindicatos. Los más organizados eran los comunistas, como siempre más luchadores y disciplinados y acostumbrados a la clandestinidad. En estos campos se empezaron a gestar los grupos de oposición al franquismo y las organizaciones dentro de los campos de concentración, que sirvieron como modelo en los campos de Francia y Alemania, tras la diáspora republicana.
Los presos no lo recibían de buenas maneras, dada su profesión de clérigo, no solo por la aversión por su condición de siervo de Dios, sino por la afección de los mismos a la causa franquista. La situación en el campo, sobre todo en los primeros días, era explosiva, grupos de somatenistas y falangistas, venían en busca de venganza y represalia de conocidos enemigos naturales de los pueblos de procedencia. Una vez localizados, los tomaban de rehenes y so pretexto de que iban a trasladarlos para ser juzgados, los trasladaban a las afueras del campo y los fusilaban sin juicio previo y con la mayor impunidad que les venía otorgada por la mera exhibición de sus camisas de color índigo bordadas con el yugo y las flechas.
Enrique protestó contra estas matanzas sin lograr nada por parte del teniente Pérez, que siempre repetía que ellos fueron los que empezaron las sacas y que recibían el castigo que había merecido por sus crímenes execrables.
La pequeña capilla parroquial estaba situada muy cerca del Campo. Unos pocos feligreses acudían a la misa dominical que oficiaba con soltura. Nadie podría descubrir en el al impostor que ocupaba el lugar del padre Enrique. Poco a poco se fue ganando la confianza de la feligresía, siempre propicia a congraciarse con un ministro de la iglesia. A las beatas, las despachaba con un amén Jesús y solo se entretenía con los que como Ricardo Sans, rico terrateniente, podían servirle como informantes para su propósito de huir a Francia. Sans había huido a la zona nacional para evitar las represalias que algunos jornaleros vertieron sobre los amos de las tierras que labraban. Hombre culto, no daba el estereotipo de gran burgués más dado al asueto, el casino y la intolerancia, que a la cultura y la reflexión. De ideas liberales, había coqueteado con el republicanismo, más a fin con sus ideas que el conservadurismo patán de los propietarios de la Vega Baja. Era partidario del libre pensamiento y de la Institución Libre de Enseñanza que según sus palabras había abierto una brecha en una sociedad analfabeta y adoctrinada. Aborrecía al fascismo y a la cúpula eclesial a la que culpaba del levantamiento que tanta sangre había derramado. Su condición de hombre poderoso de la comarca, le confería una seguridad y libertad de expresar lo que sentía, no permitida al común de las gentes, sometidos al silencio y el sigilo necesario.
Artemio que era un hombre cultivado, departía con el terrateniente sobre toda case de temas recurrentes o no y la afinidad les unía en una amistad que fue aumentando con las semanas. Carmen la mujer de Ricardo era una belleza. De formas rotundas, destilaba sensualidad. Enrique se sentía turbado en su presencia, algo que no pasó desapercibido en la dama, que sonreía complacida ante la cortedad del cura. Solía venir a confesarse los sábados, vísperas de la misa de domingo. Los pecados de los que se arrepentía eran propios de una burguesa rural: malos tratos a los criados, exceso de orgullo y soberbia, cosas de poca monta. Pero las faltas se trocaron en pecados capitales. Con voz apasionada, le confesaba a Artemio que había cometido pecados de pensamiento.
-¿Qué clases de pensamientos, hija?
-Pensamientos sobre la carne, Padre. Siento deseos hacia un hombre que no puede corresponderme dada su condición.
-Pero hija, eso es un adulterio, a tu condición de cristiana se une la de casada que debe de respetar a su marido.
-Lo comprendo Enrique pero mi pasión es superior a mis fuerzas, cuando te veo me siento flaquear y solo deseo que me beses y abraces. Que me hagas tuya, no me importa que me tomes por una desvergonzada ni una mujer fácil, jamás he sentido un sentimiento tan grande como este y estoy dispuesta a todo por satisfacer esta pasión que me domina. Sé, por la forma en que me miras, que me deseas tú también y que solo tu condición de sacerdote te impide que me declares tu amor.
-Carmen, tu ignoras quién soy yo. No puedes sospechar mi verdadera identidad ocultada tras esta sotana que me viste. Solo te puedo decir que me sentí atraído por ti desde el primer momento en que te vi y que no ha sido mi condición de sacerdote la que ha evitado mi acercamiento a ti, sino la de amigo de tu esposo al que respeto y admiro.
-Si querido Enrique, pero el amor está por encima de convencionalismos y nada ni nadie puede luchar contra una pasión que nos lleva inevitablemente al cielo de la dicha o al infierno de la represión.
Enrique no esperó más, la tomó de la mano y la llevó a la sacristía, no sin antes echar la llave. Enrique, célibe y casto a su pesar dio riendas a su pasión con frenesí correspondido por la joven que más experimentada, le condujo hacia paraísos de placer ignorados y nunca transitados. Enrique sorprendido por la pasión de Carmen, se dejó llevar por caminos desconocidos. Pero su abstinencia fue la culpable del corto recorrido, que en los siguientes coitos se fue prolongando, hasta caer rendidos por el placentero ejercicio.
Durante los siguientes sábados, repitieron la experiencia deleitosa los amantes. Y fue tras varios de estos encuentros amorosos cuando Enrique le confió a su amada su verdadera identidad. Ella no se sorprendió ante la confesión del impostor.
-Mi intuición me decía que había algo en ti que no encajaba con tu condición de sacerdote: tu desenvoltura, la forma con que me mirabas, tu conocimiento de la cultura y la política….Algo no concordaba y me decía que me deseabas. Este pensamiento llegó a obsesionarme y fue el desencadenante de mi interés por ti. Sobre tu huida de España, tengo una información que te puede ayudar. Aunque el solo pensar que me dejes me tortura. En el campo hay un hombre llamado Esteban Pallarols que pertenece a una organización libertaria y seguro que conoce los medios para que puedas huir. Yo soy amiga de su hermana y de él. Ambos vivían en Valencia y se movían en círculos anarquistas. Muévete con sigilo como hasta ahora y procura contactar con Pallarols y le hablas de mí.
Artemio frunció el ceño. No le seducían las palabras de Carmen ni la posibilidad de ponerse al descubierto. Debía de obrar con cautela. En un ambiente como el del campo, solo prima la supervivencia y la ética, los buenos modales y la dignidad saltan hechos añicos tras los primeros días de estancia. En un ambiente en el que prima el miedo a la delación que lleva inevitablemente a la muerte, prima el recelo y la incertidumbre. La solidaridad es desplazada por el egoísmo y el compañerismo se traduce en buscar salidas personales.
-Buscaré la manera de hablar con él y ganar su confianza. Según vea actuaré.
-Pallarols, siempre ha sido un buen amigo y un hombre honesto, repuso Carmen.
-Puede ser cierto lo que afirmas pero el miedo y la guerra, transforma a los hombres. Se puede llevar una vida intachable, sin borrón, hasta que al llevar a una persona a una situación límite, pueden surgir desde su interior zonas oscuras que le llevan a perpetrar actos abyectos e impensables. Ojala nadie nos ponga ante una tesitura de ese calibre, pues podemos descubrir en nosotros la capacidad de realizar hechos reprobables. En el hombre cabe la bondad y la maldad. Un burgués adinerado puede presumir del orgullo y la dignidad que un pobre no se puede permitir. El poder permite el libre albedrío y la autonomía del hombre, pero la humildad hace sumiso y temeroso al pobre. Una dama de la alta sociedad, denuesta a la prostituta que permite que su matrimonio sea monógamo al facilitar al marido desahogos que ella como mujer respetable no se puede permitir. La mayoría de las mujeres se prostituye por necesidades vitales y para dar de comer a los suyos. Prima la necesidad sobre la decencia. No es posible que una mujer de la clase alta lo haga. En la iglesia se imparte la doctrina de que el hombre utiliza el libre albedrio para saltarse los mandamientos. Es cierto, pero cuando un pobre blasfema ante los excesos del poder o la angustia de la pobreza, lo hace porque reniega de su condición-
El padre Enrique es conocido en el campo de Albatera como el cura de la boina, ya que se cubre con una. No la necesita para ocultar su falta de tonsura, ya que el escaso pelo de su cogote, no hace necesario este distintivo talar. Tampoco para no ser reconocido, pues en el campo no hay hellineros, ya que los que partieron con él al exilio: Rafael Olivares, Dieguete Oñate, el alcalde José María Silvestre Paredes y su sobrino José Silvestre Puig, lograron embarcarse rumbo a Oran en el Stanbrook. Si hay un tobarreño, Felipe Solís que le ayuda cono sacristán y en las curas. El aunque sin estudios acabados, a causa de la guerra había trabajado de enfermero en el hospital de sangre de Hellín junto a su amiga Gloria Olivares, hija de su compañero en la huida. Los brigadistas pudieron comprobar la bondad de su profesionalidad. Estos conocimientos le fueron muy útiles para granjearse la simpatía de los presos. El curaba las heridas de guerra y ponía inyecciones de insulina a los diabéticos. Con el tiempo, fue muy apreciado, pues su trato amable y respetuoso, contrastaba con el brutal de los guardias moros y los italianos que vigilaban las instalaciones.
Cuando creyó que había llegado el momento, mandó llamar a su despacho a Esteban Pallarols. El fuerte acento delataba su origen valenciano, hombre educado y cordial, recibió con agrado las noticias de Carmen de la que hacía tiempo que no tenía noticias. Pallarols le expuso las penurias y falta de agua, alimentos y medicinas, que por otra parte Artemio conocía de primera mano.
-Bien se de las deficiencias del campo y de los excesos de los guardias y de los somatenistas y falangistas. Poco puedo hacer para solventar estos problemas que escapan a mi ministerio. Solo puedo avisar de la llegada de los piquetes de falangistas que ávidos de venganza vienen a realizar sacas. Siempre avisan con antelación de su llegada y procedencia, así que avisados, podéis esconder a los de los pueblos de donde vienen y evitar esos revanchismos deplorables, que se pueden explicar en el fragor de una guerra fratricida, pero que no tienen cabida tras el cese de la misma. Si alguien ha cometido crímenes de guerra, debe de ser juzgado por tribunales justos, no por incontrolados que los aniquilan sin juicio previo. Sé que habéis realizado escondrijos en varias tiendas y ahí podéis camuflar a los señalados que en su momento, yo te comunicaré-
-Es difícil comprender esa actitud de empatía hacia los presos padre. Es tan raro su proceder que me lleva a la sospecha-
-No todo es lo que parece. A veces utilizamos un disfraz para ocultar nuestra personalidad y otras para manifestarla. Y por ahora ya no puedo decir más. Los mensajes los recibirás de manos de Felipe y de esta conversación, nadie debe de saber nada, al igual que de mis intenciones, pues los delatores están presentes en todos lados, dispuestos a granjearse favores a cambio de la traición-
Sellaron su pacto con un fuerte apretón de manos y Pallerols, todavía algo confuso se dirigió a su tienda. No sabía cómo se había enterado el cura, pero los comunistas del campo habían ideado un ingenioso sistema para escapar. Un grupo de presos encargado de montar un poco más allá de las alambradas tiendas de campaña de procedencia italiana destinadas a alojar a la creciente población penal del campo, empezó a construir en éstas pequeños escondrijos. Los presos que se escapaban de noche del campo se ocultaban en éstos mientras que los soldados de guardia rastreaban toda la zona en su busca. En cuanto se había aflojado la vigilancia los escapados contactaban con el primer eslabón de la cadena, y éste, tras haberles facilitado documentación falsificada, los pasaba a su enlace más próximo, y este procedimiento se repetía hasta que el preso había llegado a Pamplona. Allí los solía recoger un grupo de contrabandistas para llevarlos al otro lado de la raya fronteriza. Si conocía estos procedimientos y no los había denunciado, lo que había manifestado, tenía sentido y se le debía de otorgar cierta confianza.
Como anarcosindicalista pertenecía a un grupo que también estaba organizando un sistema de fugas. Uno del sindicato había logrado infiltrarse en la II bandera de Falange del Puente de Vallecas de Madrid. El individuo, un tal Escobar, había robado impresos de buena conducta y de declaraciones de haber pertenecido a la “Quinta Columna” y que rellenados con los nombres de presos del campo, permitieron su liberación. El mismo estaba esperando que uno de esos documentos fuera recibido por las autoridades para lograr la libertad.
Artemio fue suministrando información a Pallerols que en la práctica se demostró verdadera y esto dio lugar a un entendimiento fraterno entre ambos. Una tarde el anarquista, le comunicó que de un momento a otro esperaba recibir unos papeles que harían posible su salida del campo. Esta confidencia que demostraba plena confianza en el cura, fue la que llevó a Artemio a contarle su farsa. Pallerols no se sorprendió demasiado pues ya había tenido muchas evidencias que delataban a su interlocutor. Prometió que le procuraría papeles para hacer posible su huida a Francia. Si el abandonara el campo antes de que estos estuvieran listos. Ya le mandaría noticias a Carmen desde Valencia.
Dos semanas más tarde Pallerols, salió en libertad y dejó a un hombre de su entera confianza para que recibiera los informes del cura. El campo era un matadero y pasados los primeros meses de la euforia por la victoria, constituía un baldón para la nueva España, que querían vender como propaganda en el extranjero. Se rumoreaba que más pronto que tarde, el campo se iba a clausurar, y haciendo caso a los rumores, se cerró en octubre de 1939, a los siete meses del final de la contienda.
Enrique siguió como cura rural, atendiendo a su pequeña parroquia y afianzando con fuertes lazos su relación con Carmen a la que seguía frecuentando todos los viernes. Un día desacostumbrado, Carmen apareció por la parroquia, con la extrañeza de Enrique que con la mirada, le pidió cual era el motivo de la visita intempestiva.
Carmen se abrazó a él y le mostro una carta de Pallerols. En ella le remitía sus documentos de acreditación a nombre de Artemio Ruiz y las indicaciones precisas para su huida a Francia. Debía de ir a Valencia a la dirección indicada y allí recibiría el resto de las instrucciones. En el sobre no solo venían sus documentos sino que también le había remitido otros a nombre de Carmen Sempere en los que figuraba como su esposa.
Artemio se sintió henchido de ternura hacia ella, pero por otro lado, le dolía que ella dejara una vida llena estabilidad económica, para huir a la aventura con un hombre que solo podía ofrecerle su cariño.
-No es necesario que sacrifiques tu vida por un infeliz como yo, sin presente ni futuro. De un impostor que se presentó ante ti como un farsante y que como tal te sedujo´
-Yo solo vi en ti al hombre, no al sacerdote. Fue tu talante y tu galanura la que me atrajo y además fui yo la que te sedujo. Durante estos meses la locura de la pasión encendida, ha dado paso a un amor más reflexivo y calmo, a una ternura de la que no estoy dispuesta a renunciar por todos los bienes del mundo. Prefiero la pobreza y ser feliz, a la riqueza y una vida vulgar y monótona. Una mirada tuya de complicidad, un beso espontáneo, una sonrisa acariciadora, son un bálsamo al que no estoy dispuesta a renunciar. Mañana comunica a la diócesis que tienes que visitar a tu madre enferma en Albacete y yo marcharé a Valencia por mis propios medios con el achaque de ver a mi hermana de la que estoy distanciada mucho tiempo. Eso evitará que nuestros viajes sean relacionados y cuando estemos en Valencia, acudimos a la dirección que nos ha dado Pallerols y te quitas de una vez la sotana y recuperas tu verdadero aspecto.
Se encontraron en Valencia con Pallerols y este les explicó que junto a tres amigos anarcosindicalistas había fundado como tapadera la empresa Frutera Levantina oficialmente dedicada al transporte de fruta desde Valencia a otras partes de España, pero en realidad oficiaba para trasladar presos del campo de Albatera y de otros campos de Valencia, que rápidamente fueran trasladados a Barcelona y de allí a Francia.
El viaje hasta Barcelona lo realizaron en uno de los camiones de Frutera Valenciana, como estaba previsto y en Barcelona, los recogió otro que los depositó en la Junquera, desde allí, un grupo de apoyo les ayudó a cruzar la frontera a pie, lejos de la vigilancia de los guardias. En un punto no muy lejano, un autobús recogió a todos los huidos y tras un corto viaje llegaron a Toulouse, la ciudad que como a tantos españoles, los acogió y dio asilo y allí pasaron las vicisitudes de la segunda guerra mundial, pero eso ya es otra historia.
José Martínez Olivares