EDIFICIOS CON NUESTRA HISTORIA
Cada vez que paso cerca de este edificio, me recuerda a uno de esos libros abandonados, llenos de polvo y desgastados.
Y me gusta cogerlo entre mis manos, limpiarlo y mirar su interior en el que guarda decenas de historias que pertenecen a cada uno de nosotros.
Todavía, el sonido de la sirena de una ambulancia me transporta hasta ese mismo lugar en Hellín, en verano o en invierno.
Cada vez que lo escuchaba rezaba todo lo que sabía pidiéndole al cielo que no le hubiera pasado nada a mi familia, o conocidos. Cosa rara porque en Hellín casi todos nos conocíamos.
Recuerdo ver la ambulancia, conducida por Martín, parada en la puerta y la gente arremolinándose a la espera de saber lo que había sucedido.
Ese lugar comenzó a despertarme desagrado.
Me acuerdo muy bien de esas cinco o seis escaleras que subíamos, el chirriar de la puerta de cristales al abrirla, y a la derecha estaba el cuarto de curas en el que más de uno de nosotros hemos recibido puntos en cualquier parte de nuestro cuerpo, o, nos ponían las vacunas.
Y también recuerdo la segunda planta.
Allí nací una Nochebuena, y allí llegaron mis hermanos, mis primos, y mis mejores amigos y amigas de la infancia.
La imagen de ese pasillo era de un lugar frío, las habitaciones muy iluminadas por las ventanas, y una decoración obsoleta, con cunas de acero inoxidable y una cruz sobre las camas.
Cuando lo recuerdo, siempre me pregunto aquello de: ¿Por qué nací en este lugar? Son esas preguntas existenciales que todos nos hacemos. Y siempre me respondo que; no lo sé. Pero lo cierto es que, me alegro de que sucediera.
Ojalá y siempre permanecieran vivos y despiertos los edificios que forman parte de nuestra niñez. Incluso, ya que nos permitimos soñar durante unos segundos: ojalá y en el transcurso de toda nuestra vida estuvieran con nosotros las personas y los lugares.
Los amigos de la infancia. La tienda de las chuches, las viejas escuelas y las mismas calles.
Pero..., hay una cosa que nadie nos puede robar y es esa memoria del tiempo que todos llevamos dentro y, con tan solo un sonido, un olor, una palabra, nos devuelve a ese ayer, nuestro ayer.
En el que, aunque ya no existan, abrimos puertas, recorremos sus pasillos, y volvemos a sentir...
Porque como dijo un filósofo:
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla".
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