Como estamos describiendo el callejero del Cerro del Castillo, aqui os dejo una historia que discurre en su entorno. Feliz domingo
El cautivo
8 de Jumada t-Tania del 620 de la Hégira (domingo16 de Julio de 1223 d.C.) El día aparece despejado y la mañana cálida anuncia un día caluroso que agostará aún más las campas de Iyyuh achicharradas por el sol. Un halcón aparecido de improviso, hace una cabriola en el aire e inició un picado hacia la blanca presa, que revoloteaba atada a un cabo. Cuando el halcón estaba a punto de alcanzar a la paloma, una red cayó sobre él. Amín, recogió el señuelo y cuando iba a recoger la presa, un grupo de jinetes le rodeó.
-Suelta la presa- ordenó la dama, mientras hacía una seña a uno de los sirvientes. Por su atuendo, la señora señalaba su alta condición: traje de seda y brocado blanco, turbante amarillo oro con pedrería y velo que solo dejada ver sus bellos ojos. Montaba hacanea blanca elegantemente equipada, con cabezada y riendas con ornamentos de plata y guarniciones escarlata.
La rapaz una vez liberada, se posó sobre el guantelete de piel que su dueña le mostró. Cuando el halcón sintió sobre su cabeza la caperuza, cesó tranquilizado de sus movimientos nerviosos, así como el sonido de los cascabeles que la adornaban. Amín, intentó disculparse, indicando que desconocía que el ave fuese de la dama y que su condición era de cazador de rapaces, para ejercitarlas en las artes de la cetrería. Si la dama se lo permitía, para resarcirla le regalaría el mejor de sus halcones. La joven aceptó el don y le convino a llevarle el presente al castillo de su padre Hamil-al-Yativ, el señor de Iyyuh, defensor de los creyentes y servidor del Emir de Denia.
El castillo situado sobre un roquedo que dominaba la medina, estaba rodeado por un foso y perimétrico por un adarve interrumpido por torres. El joven cetrero, penetró por una poterna tras darse a conocer a la guardia, y esperó con el halcón Zegrí, cuyo peso le doblaba el brazo protegido por el guantelete.
Iris, acudió con una doncella a donde esperaba el joven. Este la recibió con una ligera genuflexión y una sonrisa.
- As-Salaam alei-kum (La paz esté contigo) Dice el cetrero.
-Waa ali-kum Salaam (Y contigo esté la paz)-Responde la dama.
El joven bajó la mirada ofreciendo el presente a la joven, que ante la belleza del ave, entonó una frase admirativa al tiempo que agradecía el regalo.
Amín le deseo la mayor de las venturas y una buena cacería con Zegrí, al tiempo que iniciaba la acción de retirarse. Iris le contuvo y se apresuró a indicar al joven, que su regalo no era completo si no le ayudaba a entrenar a Zegrí y enseñarle a ella las artes de la cetrería que atesoraba.
Durante muchos días los dos jóvenes, acudieron a la cita en un lugar próximo al río, en la llanada y trataron de adiestrar al ave, intentando relacionarla con ellos, creando una simbiosis entre hombre y rapaz, para mutuo beneficio, que tal es el arte de la cetrería. No es un sometimiento de unos u otros, sino una unión en la que ambos se gratifican. Uno con el placer de la caza y el otro con parte de la presa cobrada.
La relación entre ambos jóvenes, hizo crecer lazos íntimos que lograron romper las barreras que los separaban. La distinta condición social y la educación, pasaron a ser meras coyunturas ante el amor que se profesaban. Comieron el fruto del amor, sin inhibiciones, abandonados el uno en el otro; sin sensación de pecado; de esa forma natural, limpia, en la que los enamorados se despojan de privacidad y escriben sus mejores versos con besos, derramándose el uno en el otro; galopando corceles desbocados en busca del éxtasis.
Hamil-al-Yativ, enterado del afecto que los jóvenes se profesaban, ordenó a su hija que no volviera a ver a Amín, bajo amenaza de confinarla en una torre.
Secretamente Iris, se reunió con Amín y le relató la prohibición de su padre y el castigo si no lo obedecía. Los jóvenes se abrazaron, se prometieron amor eterno y decidieron huir a Berbería, fuera de la influencia de su padre. Pero Hamil-al-Yativ había puesto vigilancia a la joven y cuando éstos se preparaban para huir, fueron apresados. Iris fue confinada en la torre del homenaje y Amín encerrado en una mazmorra excavada en el patio de la alcazaba, lugar lóbrego y húmedo del que era imposible escapar.
Pasó más de un año y mientras la joven languidecía en la torre, Amín se encontraba sumido en la desesperación, el hambre y la enfermedad. Ya solo esperaba la muerte como una liberación y se abandonó sin probar la escasa comida y el agua que le servían. Se acurrucó junto a la pared y se encomendó a Alá.
-Al·lahu-àkbar- Musitó y empezó una oración que le había enseñado su madre para los momentos de desesperación. Mientras oraba, pensaba en Iris. No sabía nada de ella y la crueldad de su padre no presagiaba nada bueno.
La situación que vivían le recordaba un cuento que en su niñez le contó su abuelo Hisham del que había aprendido las artes de la cetrería: Un halcón se enamora de una rosa, pero su amor es imposible, pues él es majestuoso y vuela por los aires, componiendo bellas acrobacias; ella es bella y perfumada, pero está anclada a la tierra y quisiera volar como el halcón de que está enamorada y el halcón quisiera echar raíces. Son como tierra y aire, dos elementos distintos, pero con el mismo espíritu: entregarse al amado. La rosa quiere volar y se desraíza, el halcón desciende a la tierra para estar junto a su amada. El tiempo de forma inexorable va marchitando a la rosa y el halcón la cubre con sus alas para protegerla. Al final ambos perecen ella marchitada y el de hambre al no poder cazar, por no abandonar a su amada.
El rostro se le cubrió de lágrimas y mientras sollozaba, sonó un estampido horrísono mientras la tierra se abría como una granada. Un gran temblor sacudió el cerro durante unos segundos eternos. La mazmorra antes enterrada en el subsuelo, quedó a flor de tierra.
Cuando se desvaneció el polvo y cedió el estruendo, el atónito cetrero, caído a causa del miedo y la convulsión, observó un hueco que a los efectos de puerta se había abierto en el muro de la mazmorra.
La oscuridad reinaba en la galería. Vio una antorcha fijada al muro por un anillo de hierro. La encendió con una piedra de sílex y un clavo que había junto a ella y vio que la galería se dirigía a una estancia excavada en la roca de la alcazaba al igual que el túnel. La humedad impregnaba los muros y todo olía a rancio y viejo. La estancia bastante amplia, estaba casi ocupada por infinidad se ánforas y arcones repletos de monedas de oro, cuyas filigranas, recordaban su procedencia hispanomusulmana, vestimentas con brocados de oro y plata, afeados por el paso del tiempo, jarrones y bandejas de plata, esculturas de jaspe y mármol, lámparas del más fino cristal, se reflejaban en los atónitos ojos de Amín, que absorto y sorprendido por el hallazgo, tardó cierto tiempo en pensar en su amada.
¿Qué habrá sido de ella? pensó. No sabe en que habrá afectado e terremoto a la medina y al castillo. Vuelve sobre sus pasos y llega al patio de armas de la alcazaba. La cerca apenas ha sufrido daños, alguna torre desmochada y sobre todo caos. El desorden que produce el pánico. Los guardias han huido y no se observan movimientos en las estancias. Sube a la torre del homenaje donde supone que Hamíl ha encerrado a su hija, según amenazó.
Hay tramos de la escalera de caracol destrozados y sube con cautela. En el tercer piso le sale al paso el carcelero, todavía confuso y sin saber qué hacer. Lo reduce con facilidad y le pregunta pos Iris: -Está en la primera celda del pasillo- responde- Abre la puerta- dice mientras le retuerce el antebrazo y le amenaza con asfixiarlo con el otro brazo.
Iris, en un primer momento no conoce al hombre barbado y lleno de harapos que la sonríe, después se tapa el rostro con las manos y solloza:-Alá sea loado-dice- Alá Akbar responde el joven mientras le coge de la mano: Vamos rápido, pronto volverán pasado el susto.
En las caballerizas escogen dos caballos y una mula y se dirigen a la galería todavía iluminada por la antorcha que había dejado Amín. Cargan varios arcones de oro y joyas en las albardas de la acémila y se aventuran por la galería que continúa más allá del cuarto, llevando a las caballerías del ronzal. Caminan despacio marcando el camino Amín. La galería se bifurca y una escalera de desarrolla en ella. Será la que comunica con la fortaleza, piensa el joven. Tras varios minutos ven una puerta de roble reforzada con clavos y junto a ella una argolla con dos llaves: una grande que encaja en la cerradura de la puerta y otra más pequeña que tras salir a un patio de una casa al pie del cerro, sirve para abrir el portón que da a la calle.
-Siempre se había hablado del tesoro del Cadí y de galerías que comunicaban el castillo con las afueras de la ciudad, pero todos creían que era una leyenda-
-Mi padre jamás había hablado de ello ni conmigo ni con mis hermanos- replica Iris
-Es tanto lo que había en la estancia, que nadie reparará en lo que hemos tomado. He cerrado la puerta principal y ahorra cerraré la del patio para evitar el expolio que tampoco deseo-
Amín observa la calle y no ve a nadie. Salen al campo sin ser molestados. Todos han huido a campo abierto temiendo nuevos movimientos. ¿Ha sido un terremoto? Pregunta la joven-Sí, aunque no tan grande como el que dicen que destruyó la antigua Madīnat Iyyuh, la ciudad del tolmo hace más de doscientos años y que fue el causante de la nueva ubicación de la ciudad.
-Mi padre me contó que formó parte de la Cora de Tudmir tras el pacto de Teodomiro con Muza y que mantuvo durante más de cien años su autonomía con respecto al califato-
-Exactamente Iris y según cuentan, tras el terremoto, el mismísimo Abderraman III mandó destruirla. Pero eso ya es historia y la nuestra no ha hecho más que empezar-
Nadie sabe el camino que siguieron ni el final de la historia, pero no es atrevido asegurar que tenían todos los astros de su parte para ser felices.
José Martínez Olivares
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